sábado, 31 de diciembre de 2011

AL TRASTE. CAPÍTULO VII: QUÉ MÁS DA


   Caminaba de un lado a otro, inquieto, indeciso. Me detuve, me asomaba a aquella pendiente, negaba con la cabeza, un paso atrás y vuelta a andar. Aquel anciano que me había salvado de lo que ahora yo dudaba hacer con cuidado, estaba a una distancia prudente, tenía los brazos cruzados y solía mesarse la barba, cada poco tiempo volvía a decir:

   - No lo hagas, no saldrá bien.

   Me detenía, lo miraba, y volvía la mirada a aquel oscuro bosque sin luna, por qué eso es lo que parecía, a mis pies aquel paisaje se tornaba oscuro, sin un ápice de luz, pero al mirarlo te daba la sensación de verlo en movimiento, como si no fuese vacío... sólo que la oscuridad bañaba sus adentros. 

   Más allá, donde se extendía aquel mágico paisaje, podía verse la alternancia entre un atardecer y un amanecer sobre el valle de campos de cultivos que vi al principio. Amanecía en cuanto decidía apartar mi vista y mis pisadas del borde de aquel barranco, y atardecía justo tras mirar las entrañas de aquella oscuridad. Sea como sea, si decidía ir a buscarte sabía que sería con la Luna como compañera, pues en cuanto mi cabeza intentaba prestarme los argumentos necesarios para saltar aquel paisaje, atardecía.

   No es justo, en aquel momento ni te conocía, sólo te había visto al arrojar mi corazón contra aquel muro y ahora te veía ahogada entre mis palabras y las de tus llantos, por qué tendría que ir en tu busca, por qué hacerlo si no sabría consolarte, si la lluvia de mis frases y la amenaza de empaparte en “te quieros” no funcionaba, qué iba a decirte para aliviarte. Nunca mis palabras han servido para consolar a nadie, nunca mis pasos han servido para acercarme a nadie, ni mis abrazos han hecho sentir calor a nadie, ni mis sonrisas sentirle grande, nunca mis “te quieros” han hecho querer a nadie, ni mi ausencia llorar a alguien, ni mi recuerdo arropar a nadie, ni...

   Tenía argumentos miles para no saltar... para no buscarte. Argumentos que auguraban mi fracaso, pero me olvidé de mí, y pensé en ti:
    “Veamos ¿Qué dijo antes de desaparecer en mi particular visión?, dijo: lloro porque mi corazón es tan pequeño que nadie quiere quererlo... Su corazón pequeño, dios, que tontería, tal vez no sea capaz de ver que hay a pies de este barranco, pero sé cuando una persona tiene un corazón tan grande que hace que el mío calle, sé cuando un corazón hace que unos ojos brillen con tanta fuerza que hace detener el tiempo en mi mirada. Lo sé. Debo encontrarla y hacerle ver que estaba equivocada, que no tiene razón de ser su llanto, que yo no seré quien más la quiera, pues estoy aquí dudando, pero seré quien la quiera lo suficiente como para ir a buscarla, para saltar a donde no veo, qué más da si no tengo alas, o si mis palabras llueven hacia abajo y no hacia dentro, qué más da si lo que hice llover solo empapó su piel y no su alma, qué más da si dudo si al final acabo saltando, qué más da si no hay aplausos en mis gesto, ni recompensa ni tan siquiera tu presencia... – di tres pasos atrás y pedí que a aquel anciano que me deseara suerte. Él sonrío me deseo suerte y me dijo que se llamaba Roche, que no lo olvidara. Le dije adiós y seguí pensando: ¡¡Que más da si no te alcanzo con este paso!! – Di un paso – ¡¡Que más da si no consuelo tu dolor con este paso!! – Di el segundo – ¡¡Que más da si muero tras este paso!! – Di el tercer y último paso – ¡¡Que más da si con este salto no caigo en tu mirada, todo da igual cuando lo que haces hace honor a un alma enamorada!! – Salté y en el aire pensé: 


"A partir de ahora... hasta la gravedad será menos real que mis ganas de abrazar—te" Kp

sábado, 17 de diciembre de 2011

RECAÍDA

   Casi nada de lo que haga podrá acercarme a ti, pero claro, eso no significa que casi todo lo que haga me aleje de ti, sólo significa que estoy en un punto neutral, o dicho literalmente: en un punto muerto. Lo de muerto no va por mí, va por el que escribe. Es decir, por una parte de mí. Esa parte sí que la ha palmado.

   Dejó un testamento... si es que se le puede llamar así a esa mierda de cuatro líneas escritas en una servilleta de un bar y firmadas con gasolina... supongo que allá donde estuviera cuando lo escribió nadie tenía un mechero y esto acabó siendo lo último escrito y firmado que se ha encontrado de esa otra parte de mí que tu distancia ausente, terminó por matar.

Ponía:

   “Que mi boli sea lanzado del sitio más alto del que osé imaginarte desnudando palabras. Que mis hojas ardan en el fuego de las velas que nunca encendimos para acariciar-nos. Que mi tiempo, ese que yo me arrebaté del pecho interrumpiendo mis latidos, adorne con sueños tu triste insomnio. Y que mi aliento se junte en un millar de ráfagas... que siempre que estés sola, siempre que deliberadamente pierdas tu vista en el infinito... se arremoline en tu pelo, que todas y cada una de las ráfagas de mi aliento vivan condenadas a mover lo que nunca pudieron tocar.

Fdo. La armónica del bolsillo de al lado.”

    El entierro será mañana, al alba, donde nunca llueve, ya sabes... en mi mirada.

    Yo siempre he dicho que cambiaba mis palabras escritas por dichas. Mis frases pensadas por espontáneas. Mis rimas por chucherías. Mis ganas de libertad por una condena sin alas, ni voz, ni boli, ni inspiración... pero a tu lado.
   Supongo que me sobra valentía y me faltan ojos. ¿Por qué sino lucharía por alguien a la que  aún no he visto de verdad y sin embargo tengo la sensación de estar perdiendo?... ¿será que vivo enamorado de alguien que no existe? ¿Será que las cosas importantes “son” y nada más? ¿y que será ese extraño sonido de mi corazón?...  Son mis latidos, pero suenan como desacompasados... suenan como si estuvieran latiendo en un lugar hueco... como si el sonido rebotara en mi pecho e hiciera eco...

    Será que junto con el mío oigo también al tuyo...

jueves, 8 de diciembre de 2011

AL TRASTE. CAPÍTULO VI: EL VACÍO LLORANDO

   Me senté en una roca y escribí todo lo que hasta ahora habéis leído. Estrené así lo que antes era mi armónica y mi medicación y ahora era mi boli y mis páginas en blanco. Al terminar me sentí mucho más aliviado, mis sospechas eran ciertas, ahora mis palabras sustituirían a mi necesidad de medicarme.

   Guardé mis pertenencias. Me prometí a mi mismo que algún día volvería a ese muro, se me ocurrían muchas cosas más que podría lanzar. Me volví a incorporar al, ahora, menos transitado camino, una vez más era el único que volvía del traste, el resto, tanto o más cabizbajos que un servidor, andaban en dirección contraria. Al menos ellos tenían claro cual sería su destino...

   Llegó un momento en que el camino se convertía en una cuesta ascendente, luego en una inclinada pendiente y terminó convirtiéndose en una buena razón para limpiarme el sudor y hacer notar a mi corazón. Desde todo lo alto de aquella colina había unas vistas increíbles, así que me acerqué a una de las zonas con más visibilidad y me senté a descansar. Podían verse vastos campos de cultivo, resguardados en el horizonte por un abrigo de montañas grises de cúspides nevadas. Inundaban el panorama el amarillo de los trigales, el verde de los naranjos aún sin fruto, el azul de los arroyos y el naranja efímero y marchito del atardecer. 

   Una voz rozó mi espalda diciendo:

   - ¿Sabes?, es mágico

   Me di la vuelta, vi a un anciano de espalda y nariz encorvadas, gruesa barba y pardos ojos. Llevaba una camisa de cuadros clara y un pantalón de pana que acababa en unas botas más usadas que mi corazón. No me miraba a mí, su vista estaba perdida en la lejanía de aquel precioso paraje

   - ¿Qué es mágico?, ¿el paisaje?- Pregunté

   - Mágico sí, eso dije, para mí es un amanecer al borde unos fiordos excavados en la roca con un inmenso océano de límites inalcanzables para estos viejos ojos. Noto hasta la brisa que traen las olas. – Respiró hondo cerrando los ojos y luego continuó explicandome: - Supongo que estarás sorprendido. Seguramente no es lo mismo que veas tú, ahí reside su magia, cada uno ve lo que quiere ver. 

   Sonriendo, volví a girar la cabeza hacia aquel paisaje mágico y se lo describí a aquel hombre. Aunque algo había cambiado, ahora se podía ver el mar entre las montañas que veía a lo lejos. Le conté aquel cambio repentino y me dijo que su magia también permitía ver aquello que imaginábamos, y que, claro, después de su entusiasta descripción del mar lo había imaginado casi sin querer.

   Allí estuvimos un rato hasta que me propuso que imaginara algo muy concreto.

   - Imagina que llueve en tus vistas. Imagina que no llueve agua. Imagina que lo que llueve son tus palabras. Dime ¿qué ves?

   No fue fácil, pero en poco tiempo empecé a ver un temporal acercándose a aquello que ya no era un valle, ahora era una gran ciudad, era de noche y casi podía ver al mismo tiempo todo el conjunto de la ciudad y cada uno de sus detalles. Podía ver la inmensidad de sus edificios casi rasgando las nubes que empezaban a invadir sus aires y también a cada una de las personas que pululaban por sus calles alzando la vista y aliviando sus pasos. Todo cambiaba muy deprisa, así que me apuré en ir describiendo lo que iba apareciendo:

   - Veo una gran ciudad inmersa en una nublada noche. Empieza a llover, pero no es agua, sino palabras las que caen del cielo, puedo fijarme y veo romperse contra el suelo a: “Gris”, “flexo”, “puntiagudo”, “lanzadera”, “salpicón” y muchas otras... De repente todo cambia, es como si ahora pudiese ver al mundo entero. Veo mares y océanos de prosa, ríos de turbulentas poesías, arroyos de cuentos, tranquilas conversaciones filosóficas hechas lagos... No sé cómo, pero puedo ver poemas de amor colarse entre las grietas de aquellas rocas, forman ríos subterráneos, llegan hasta lo más hondo y luego desaparecen. Veo discusiones hechas charcos que muchos pisan... Todo se detiene y vuelvo a ver aquella ciudad que te describí al principio... ahora sus canalones rebosan palabras que se entremezclan, los paraguas de la gente se quedan impregnados de frases hechas. Los refranes calan a los más osados. Arrecia con más fuerza el temporal de mis palabras y en lugar de ellas, veo colisionar contra el asfalto y las aceras largas frases mías, logro discernir algunas como: “Que se enteren mis dos vecinos, la razón y la fe, que me mudo a estos puntos suspensivos”, “Suspirar en un mundo donde no se puede respirar”, “Soberbia prórroga de la primavera”, “Mi alma vive en tus ojos, enamorada de tus azules, presa de tus grises”, “Ahora que me entretengo zurciendo nubes para regalarte tormentas”,  “Tengo al alba secuestrada y no voy a dejar salir al Sol hasta que la Luna no demuestre que no soy el único soñador” y muchas más... – Se me escapa un suspiro, pues lo que veo ahora me sorprende, eres tú, llorando “te odios” en una de esas calles sin iluminar, tus lágrimas se entremezclan con palabras como “primavera”. Decido no contarle quien eres a mi viejo amigo, así que sigo diciendo: - Veo a una chica llorando, las nubes se aúnan, se centran en una sola, abandonan el resto de la ciudad para cubrir el cachito de cielo que hay sobre ella, llueve aún con más fuerza. Ella cae al suelo, con sus brazos cruzados sobre su pecho lanza un grito al viento y luego...

   - ¿Y luego...? ¿Qué le ha pasado a esa chica? – Dijo preocupado aquel anciano

   - Luego solo llovieron “Te quieros” – Se agitó mi pecho, se desbocaron mis nervios y grité al cielo creyendo que aquella chica podría oírme: - ¡¡Deja de llorar!!¡¿Por qué lloras?! ¡¡Deja de llorar!! – Me miró, parecía estar a varios kilómetros de distancia y tan cerca a la vez... me miró y me dijo:

   - Lloro porque mi corazón es tan pequeño que nadie quiere quererlo.

   - ¡¡Tu corazón no es pequeño!! ¡¡Créeme, si tu corazón fuese una nube cubriría mi cielo!! ... – Sus ojos se abrieron de par en par, dos grandes y últimas lágrimas que rezaban “me echo de menos a mí misma” surcaron su rostro. Seguí diciendo: - ¡¡Te empaparé hasta los huesos en “te quieros” hasta que dejes de llorar!! ¡¡Te lo advierto!!

   Quería abrazarla, di un paso, dos, tres y luego algo me detuvo, algo me agarraba de mi chaqueta, algo me empujó hacia atrás y caí de espaldas. Al abrir los ojos el cielo volvía a ser de día, estaba boca arriba en el suelo, un arrugado y barbudo rostro respiraba agitadamente cerca de mí. Me decía:

   - Chico, un paso más y habrías caído al vacío...

   Me incorporé y miré a mí alrededor, todo se tornó como al principio. Me eché las manos a la cabeza, ella había desaparecido, así que miré a aquel anciano y le dije:

   - El vacío del que hablas estaba llorando... el vacío al que dices que habría caído... necesitaba un abrazo.

sábado, 3 de diciembre de 2011

AL TRASTE. CAPÍTULO V: SERÁS ALAS

   Y al asomarme te vi a ti, te vi en cuclillas, con las manos rodeando tus piernas y tu ondulado y oscuro pelo cubriendo tu espalda. No me habías visto aún, así que me retiré, luego volví a asomarme para, otra vez, volver a esconderme tras el muro. No sabía que pensar ni que decir y ni mucho menos qué hacer. Hubiese sido mucho más fácil si no hubieses aparecido al otro lado desnuda... aunque pensándolo bien, era algo normal, lancé mi corazón también desnudo...

   Decidí rápido, más rápido de lo que escribo estas palabras. Decidí ser lo más caballeroso posible, utilizar un recurso que sólo los caballeros de las altas esferas de la nobleza del romanticismo usaron ya: el carraspeo:

   - Ejem, ejem... voy a acercarme, pero no se preocupe señorita, iré con los ojos cerrados – Advertí.

   Con la mano tapándome los ojos y con la otra apartando espectros, me acerqué con mil tropiezos hasta donde había visto que estabas. Seguí andando hasta que escuché tu suave voz enmarcar en una sonrisa las siguientes palabras: “Estoy aquí”. Me acerqué a ti y luego me quité el abrigo con los ojos aún cerrados. Te lo di y te dije que te lo pusieras. Cuando lo hiciste me retiraste la mano de la cara y me susurraste que ya podía mirar. 

   Aún de cuclillas. Me agaché y te miré, miento, más bien me agaché y te admiré. Sonreías, tu piel oscura y tersa aparentaba ser más suave que el mismísimo aire que respiraba, tus ojos castaños a veces y oscuros, muy oscuros, tan oscuros que hasta el azabache se me antojaba claro a su lado, me miraban. Tus pómulos alzados por la magia de tu sonrisa. Créeme que si en ese hoyuelo que me mostraste se pudiese vivir, no me importaría mudarme allí. Ingenuidad, inocencia y magia transmitías al viento, y el viento me lo susurraba al oído acompañado de una amenaza de muerte si algún día tu rostro encontraba a mi olvido. Entendí entonces que el amanecer no es necesariamente ver salir el Sol por el este, también puede ser, ver salir tu mirada buscando la mía. Que ya lo he dicho muchas veces: esta mierda de teclado no tiene letras para describirte, que le faltan palabras a mi lengua o a ti te sobran sonrisas. Cómo puede ser que te conociera desde hace un rato y ya haya soñado contigo tres veces. Cómo puede ser tan difícil mirarte, es casi tan difícil como contar todas las estrellas del cielo... ¿será que escondes en tus ojos preso, al firmamento?

   Te hubiese dicho lo preciosa que eres si no me hubieses puesto tu dedo índice sobre mis labios y me hubieses hecho callar. Creo que no necesitabas palabra alguna, antes de ser quien eras, fuiste mi corazón, así que supongo que ya lo sabías todo. Luego me dijiste:

   - No debiste arrebatarme de tu pecho, ahora tú no sientes y yo no pienso. Además, pronto me pasará como al manzano que brotó del hueso de tu manzana, me secaré y moriré... al igual que ocurrió con aquella nube que nos mojó... me disiparé. Al igual que el libro y el boli que cogiste. El libro se llenará de palabras y el boli se vaciará de tinta. Luego, ambos... desaparecerán. – Tu voz embriagaba y tus palabras entristecían.
Seguiste diciendo:

   - Antes de que eso pase, antes de que me marchite cruzaré este muro y te devolveré lo que es tuyo, al hacerlo ocurrirá lo inevitable, nuestra esencia se mezclará, a partir de ese momento vivirás una eterna infancia, no pensarás ni sentirás por separado, a partir de entonces todo se mezclará; podrás hundirte en la más oscura confusión o volar sobre las más altas nubes de tus sueños. A partir de ahora no tendrás alas... tú serás las alas... volarás y harás volar.

   Esas fueron las últimas palabras de mi corazón, entonces se levantó, dejó caer mi abrigo y cruzó aquel muro. Sólo hacía un segundo que había desaparecido y su cuerpo desnudo aún parecía permanecer allí, delante de este bobo boquiabierto de, ahora si... pulso acelerado.

martes, 22 de noviembre de 2011

AL TRASTE. Capítulo IV: Tú

   Vestido. Me siento con el corazón bajo el abrigo de mi piel como si estuviese vestido, como si hasta entonces hubiese ido desprovisto de cualquier prenda. Vestido y confundido, tantas emociones trae este corazón consigo que termina por confundirme...

   Camino. Sigo caminando, cabizbajo, alejándome a cada paso más y más del traste. A lo lejos hay un muro, un gran muro gris de unos seis metros de altura, medio derruido, sólo queda en pie una parte del mismo; Está al lado derecho del camino y parece haber sido construido con piedras del lugar. Al acercarme distingo de entre su pétrea piel unas líneas dibujadas, según lo que me contaron la primera vez que pasé por aquí, hay una leyenda que narra como este muro fue el detonante de una de las más bellas historias de amor. Los amantes lo utilizaron, de niños, para comunicarse a través de mensajes anónimos escritos en el, sin llegar a conocerse hasta mucho después. De eso hace ya siglos y desde entonces, aquel muro se convirtió en la frontera entre la realidad y la magia. Pocos lo saben, pero su magia parece sacada del libro de algún, no tan conocido, Inkling. Yo mismo lo comprobé la última vez que pasé por allí, iba comiéndome una manzana en aquella ocasión, y tiré su corazón contra aquel muro. Cual fue mi sorpresa que lo atravesó sin tocarlo y al otro lado nació un manzano, repleto de manzanas mordisqueadas colgando de sus ramas, al instante. En aquel entonces creí que me había vuelto loco y seguí mi camino. Pero hoy tenía un corazón conmigo, sentía la curiosidad bombeada a cada rincón de mi cuerpo. Me gustaba esa sensación y recordé lo desafortunado que había sido hasta aquel momento por tener una regla, aunque con ella pudiese medir cualquier cosa.

   Me puse frente aquella particular montaña de rocas, aún se podían ver los trazos de una especie de líneas onduladas pintadas en su superficie. Al otro lado vi mi manzano de manzanas mordidas seco y encorvado. No puse mucho interés en pensarme que hacer y directamente lancé una piedra contra el muro... pasó al otro lado y escuché como chocó contra el suelo. Me asomé y... nada, sólo era la misma piedra, así que volví a por otra y la volví a lanzar, también sin resultado alguno. Mi curiosidad se empezó a tornar coraje y empecé a lanzar todas las piedras que vi... hasta que rompí a sudar y entonces, con las manos húmedas, agarré y lancé una pequeña roca que al pasar al otro lado dejó en el aire la ausencia de sonido alguno. Pasaron unos segundos. No ocurrió nada y de repente... surgió una nube y comenzó a llover justo encima de mí. No era agua lo que llovía... era más bien algo salado y mucho más desagradable... era mi propio sudor. Tardó solo unos segundos, los suficientes como para empaparme hasta los huesos de mí mismo. Al menos ya sabía que tenía que lanzar algo que formara parte de mí. Cabreado y mojado agarré lo único que tenía en el bolsillo: mi armónica y la medicación que necesitaba para vivir. Los tiré. Al otro lado se escuchó un golpe sordo de algo caer contra el suelo... Era un libro y un boli, el libro tenía todas sus hojas en blanco.

   Mi música y aquello de lo que dependía mi vida se transformó en un libro... un libro vacío.

   Al menos ya tenía donde escribir mi historia.

   Estaba cabreado, creí, o mejor dicho, esperaba, algo más. No debí de haber arrojado aquello... estuve tan enojado conmigo mismo que parecía que el corazón me iba a estallar... ¡ahí está!, mi corazón, pensé. Lanzaré mi propio corazón. Busqué aquel lugar por donde entró a formar parte de mí, sabía que para hacerlo salir solo tenía que dejar de sentir, así que me concentré, la ira no ayudó, pero aún así concentré todos mis energías en recordar aquella sensación de andar desnudo, aquella sensación que sentía ayer... salió un pequeño extremo y con él salió la ira y el enfado, entonces solo quedaba sacar lo más hondo, quedaba sacar al amor y a la bonita sensación del latir de mis latidos. Esta vez si que hubo dolor, cicatriz y sufrimiento... casi me llevo mi alma pegada a mi corazón... lo abrazaba con tanta fuerza que casi no logro separarlos... sólo llevaban un día y casi se hacen uno...

   Casi...

   Pero salió, en forma de regla afilada, no dudé, con mis emociones en la mano y de rodillas en el suelo, sin aliento del dolor y los dientes apretados, la aferré con fuerza y la lancé contra el muro...

  Al otro lado apareciste tú.

domingo, 20 de noviembre de 2011

AL TRASTE. Capítulo III: No quedan oídos para escuchar los sueños

  Así que era un corazón. Con todos los latidos perdidos o robados, pero un corazón. Me encontraba allí de pie, no muy lejos de aquel tenderete del que me habían echado y con un corazón con forma de regla en las manos...

   Me da por pensar que si el Principito volviese a aterrizar en este mundo no tendría a nadie que lo escuchara, no tendría a nadie con quien sentarse sediento ante un desierto y deducir que el desierto es hermoso por eso mismo, por esconder tan bien esa agua que tanto ansiaban. No tendría a nadie porque, hoy en día, no quedan oídos para escuchar los sueños... o estamos sordos, o los sueños ya no hacen ruido...

   Vuelvo a mirar mis manos y, angustiado, cojo la regla y empiezo a afilar uno de sus aplanados extremos. No tardo en afilar uno de sus lados, parecía más dura de lo que en realidad era. Levanto aquella regla ahora con aspecto de flecha para verla a contraluz. Allí estaba él. El Sol, ¿y si mi flecha fuese su corazón?... sé con certeza que la Luna es su alma, pero ¿y si la Luna se fue a llorar estrellas a un lugar oscuro por que se dio cuenta de que el Sol no tenía corazón? ¿Y si yo fuese quien ha tenido su corazón durante todo este tiempo escondido por entre mis bolsillos? ¿Y si esa fuese la razón por la que la Luna enamora y el Sol solo da motivos para secarnos el sudor? Me niego a creerlo. Me niego a creer que algo sin corazón pueda hacer, de la persecución de su alma, algo eterno. Porque cada día que amanece es eso lo que ocurre, es un astro tras el rastro que al anochecer dejó su alma, es alguien que lucha eternamente y cuya pasión ilumina nuestros pasos. Es por eso que sentimos, porque nos ilumina un gran corazón, nos calienta el alma, nos hace crecer, nos da vida y fuerza para aguantarla, nos da luz. Y su alma... su alma y sus lágrimas nos dan la noche.

  Si no es del Sol... ahora sí, pensé con lucidez, ya iba siendo hora. Me tomé el pulso y ahí estaba... la ausencia de pulso le daba la razón a mi lucidez. Ese corazón es mío y lo llevo en el bolsillo... pero...  ¿Qué hacías tú con él?... Ahora entiendo porque dejaste que te lo robara. Solo estaba haciendo justicia. Ahora entiendo porque al dárselo a aquel tendero me quedé parado, sin decir nada y solo observando su reacción, no fue porque quisiera mantenerme en silencio, es que no tenía otra opción. No pude moverme sin mi corazón.

   Arreglaré todo este asunto. Puse el lado afilado contra mi pecho y empecé a apretar contra él. No hay sangre. No hay dolor. No hay latidos ni persecución de ávidos pensamientos atormentando mi interior con más “y si...”. No hay miedo. Sólo un poco más... Al estar cerca de mi interior empieza a llenarse mi cabeza de recuerdos: Un beso del color de las amapolas, una racha de viento que provocó que te empujara, unos pies descalzos sobre la arena de playa... lluevo... empiezo a llover en este mundo. Ya queda menos, ya está casi en su sitio. Ahora me ahogan emociones en vez de recuerdos: Un barco y una tripulación, allí están todas mis emociones, salen a saludarme con una jarra de ron y una canción de piratas, una bandera con una calavera a media asta y un vaivén sobre el azucarado mar de mis pestañas... subo y me elevo, veo aquel mar cada vez más abajo. Me alejo y me alejo hasta que veo mis ojos, ese es mi mar, luego parpadeo y finalmente los cierro. Entonces dejo de elevarme, vuelvo al vaivén de brindis de ron y entono una canción de piratas:

Yo-ho-ho-hooo
piratas y sus espadas a estribor
piratas y sus cañones a babor
yo-ho-ho-hooo
el negro en nuestra voz
y el rojo en nuestro corazón
yo-ho-ho
...
   Pierdo el aliento, la fuerza y finalmente el conocimiento. Al rato, me levanto. Abro los ojos. No hay herida en mi pecho. Hay pulso. Lo primero que hago con mi corazón en el pecho es sentir al Mundo... y hablando de mundos... anoche soñé con tu sonrisa y saqué una conclusión: “Es imposible, como puede ser que seas la chica que más cerca veo del Sol y al mismo tiempo seas la chica menos rubia que conozco”...

sábado, 19 de noviembre de 2011

AL TRASTE. Capítulo II: La regla que me dejaste robar

"...con uno de tus más de mil doscientos tipos de sonrisas, dos y media por cada verso que te escribí" KP

***
  Aún de vuelta del traste. Saco del bolsillo esa regla que me dejaste robar y con la que puedo medir hasta lo imposible. En ella, la distancia entre punto y punto es la distancia que hay entre las comisuras de tus labios cuando sonríes. Cuando sonreías con uno de tus más de mil doscientos tipos de sonrisas, dos y media por cada verso que te escribí. Esa regla con la que antes solía medir mis sueños y así saber cuánto tiempo volvería a dejar pasar, hasta volver a cerrar los ojos en el plano horizontal.

   Tal vez debería deshacerme de ella, ya no tengo nada que poder medir, ya no encaja en aquella regla la mueca de ninguna sonrisa y encima, desde que te fuiste, empieza a pesar cada vez más.

   Me encuentro con un vendedor ambulante al borde del camino, vende a cabizbajos que se detienen buscando un placebo material. Yo soy uno de ellos. Veré si soy capaz de venderle aquella regla. Hoy me desharé de ella.

   Le pregunto al vendedor:

   - Oiga, tengo algo que tal vez le interese, ¿le gustaría comprarme una... – fui interrumpido por las palabras y la mirada ausente de aquel hombre que me dijo:

   - Sólo compro objetos a valientes. Aún no sé si vosotros lo sois – Luego arqueó una ceja y la elevó hasta que casi la perdí de vista en ese enorme sombrero que llevaba. Escupió y se quedó allí, cabizbajo...

   - Soy valiente pero... estoy solo – Le respondí

   - Perdone... como verá, soy ciego, y me dio la impresión de que eran dos... lo siento.

   Ni me percaté de que aquel vendedor no podía ver, parecía que él no era el único ciego allí. Seguimos hablando:

   - No, perdóneme usted a mí, no me di cuenta, pero si, voy solo.

   - ¿Está solo? ¿Eso cree? Si está solo nunca será un valiente, a lo sumo será un osado. Los valientes luchan por alguien más que ellos, el osado lo hace porque no tiene nada que perder, es decir, no es solo osado sino un ignorante también. Todos tenemos algo que perder... aunque sea la vida.

   - Entiendo... – Si quería deshacerme de aquella regla mía y quería hacerlo sacando algo de partido parecía que debía de seguirle la corriente, así que dije: - En ese modo nunca estoy solo, siempre tengo a alguien y dígame, cómo puedo venderle algo, cómo puedo convencerle de que soy valiente.

   - Un valiente, entre otras cosas, es aquel que no provoca combate. ¿Eres un valiente?

Recordé el cómo llegué a ser abandonado en el traste y, resignado, respondí:

   - No, entonces no lo soy.

   - Ya sabía yo que no lo erais... digo... eras. Da igual. Déjame ver eso que quieres venderle a este viejo vendedor. 

   - Sí, claro, tome... aquí tiene. – Saqué la regla del bolsillo donde la había tenido asida durante todo ese tiempo, alargué la mano y se la di a aquel hombre. Él empezó a recorrer la regla con sus manos, como intentando averiguar que era y para que servía. Quise explicarle lo que era, pero quería ver primero su reacción. Su reacción fue:

   Sonrisa de tendero que está a punto de timar a alguien --- Mueca de incredulidad --- Retirada de la ceja que escondía en el sombrero para hacerla visible --- Fruncir, no sólo el ceño, sino toda su cara --- Escupir a un lado --- Carraspeo --- Y finalmente, alargó la mano y me la devolvió. Luego señaló a un cartel que tenía tras unos collares de almejas y dientes de tiburones delante, medio tapándolo, y dijo mientras yo lo leía:

   - Sabía que no me equivocaba al decirte que erais dos... lárgate de mi tienda.

   Desconcertado lo escuché y desconcertado leí en aquel cartel:

“NO SE ADMITE LA COMPRA-VENTA DE CORAZONES”

martes, 15 de noviembre de 2011

AL TRASTE. Capítulo I: De vida oxidada y sin afilar

 " Personas con una vida oxidada y sin afilar." Kp

   Una noche más al volante de mi boli, desde aquí se ve el punto final de mi conversación, seré breve así que vamos allá: Hay un camino no muy lejos de donde quiera que estés ahora donde salen a andar las personas sin juramento. Personas con una vida oxidada y sin afilar. Personas de pocas palabras y menos caricias. Antiguamente ese camino llevaba al traste, lo recuerdas, ¿verdad?, fue allí donde, en más de una ocasión, me abandonaste. En uno de tus abandonos, mientras volvía a casa con las manos metidas en los bolsillos, cabizbajo, como siempre, con mi sombra como copilota y el rechinar de mis botas sobre el empedrado suelo como banda sonora, conocí a un niño que decía odiarme, a un anciano que decía envidarme, a una mujer que decía amarme y a un hombre que decía compadecerme. Todos ellos acompañados. Porque será que yo andaba solo, con la puntería de mis patadas a las piedras del camino desafinada. Solo. Solo pero en dirección contraria, rumbo a casa, a diferencia de todos ellos que iban al traste, “hay quien merece una segunda oportunidad” decía uno de los acompañantes. “Hay quien muere como todos y vive como nadie, pero también quien vive como todos y muere como nadie” decía yo. 

   “El traste es para los olvidados”, reza un cártel a la entrada del mismo. Allí sólo hay zumbidos de delirios y flores de desconcertados. Luz de los traicionados, levedad de los obligados. El traste, buen sitio de veraneo para quienes padecen de realidad congénita. El traste es orificio de obviedades y sutura de inquietos. Es bonito en cierto modo, pero yo prefiero el camino del derrotado al destino del conformista. Prefiero perder y ser vencido a ganar y ser hundido... porque la vida me ha enseñado a odiar-me, a renegar-me e incluso a olvidar-me, pero se le olvidó enseñarme el cómo postrar-me...

   Así que sigo caminando, con ese punto suspensivo como última patada a la piedra del camino, con ese vértigo que tengo a lo suspensivo... sigo caminando. Al anochecer paré a dormir a un lado del camino, encendí una hoguera, me acurruqué tanto que esa noche habría podido dormir en la sombra de una moneda. 

   Soñé contigo

   Sólo recuerdo que la última vez que me digné a mirarme a los ojos durante el sueño, te vi allí, reflejada en mi mirada, llorando, como siempre te veo cuando vuelvo del traste. Llorando. Yo lloré también, pero no eran mis lágrimas las que derramaba, sino las tuyas, mezcladas con la sangre de mi cordura. De mi maldita cordura. 

   Desperté sin ti

   Allí, hecho un ovillo de sudores fríos y ojeras húmedas, me levanté y me incorporé... ya sabes... con las manos en los bolsillos y de nuevo a mi camino, de vuelta a casa, de vuelta al principio. Luego pienso y me digo al oído: “oculté sus caricias en uno de mis bolsillos, le robé esos chasquidos que hacía con los dedos y los guardé entre las costuras de mi abrigo, los sacaré y haré mi viaje más entretenido” 

   Lloré tus caricias y maldije tus sonidos

   El día en que tu ausencia me entretenga ahorcaré mis sentidos del álamo que hay plantado cerca de mi conciencia. El día que vuelva a robarte algo no serán tus caricias ni sonidos, será eso lo que deje, y al resto... ¡¡al resto me lo llevaré conmigo!!

jueves, 10 de noviembre de 2011

MIRANDO A DONDE AÚN NO SUCEDIÓ

"...e hiciera que ellas también lloraran" KP.

   Perdiste, perdiste hasta no dejar la más mínima posibilidad de poder remontar el vuelo. Pintaste de nácar los pulgares de la gente que te los bajó. Soñaste con un dormitorio de papel, con un mapa para entrar y colarte en cualquier cárcel. Odiaste a la libertad de poder elegir, porque elegiste y como bien ya sabes... perdiste. 

   Nunca olvidarán como se llegaba a apoyar tu cabeza sobre mi hombro, no olvidarán el camino hasta aquel lugar donde fuiste feliz, tus alas no lo olvidarán. Y si lo hicieran, yo mismo me encargaría de no dejarte volar, me haría un abanico con cada una de las plumas de tus alas, un abanico que no agitase el aire, sino las conciencias. 

    No te perdiste en el camino, te perdiste en la línea de meta, no sabes si es el final o el principio, no sabes si ya diste tu primer paso o aún no lo hiciste. Pero no te preocupes, no hace falta que salgas de dudas, hoy el juez de salida no apuntará al cielo sino a tu sien... sinceramente, espero que las balas de fogueo lleguen al menos a tu alma, a ver si así la despiertan, o que coño, ¡a ver si se la cargan!

    Mirando al cielo te digo todo esto. Mirando al cielo te he maldecido, te he odiado, te he llorado e incluso te he aborrecido... mirando al cielo.
Mirando a dentro no te digo nada. Mirando a dentro te he amado y solo eso: Te he amado. Sin puntos suspensivos, sin dudas, sin palabras, solo mirando a dentro.

    Mirando a donde aún no sucedió, y es que me adelanto... aún ni te conocí, no sé quién eres ni cómo, ni dónde estás, pero sé que te haré sufrir. Lo sé porque aunque no te conozca a ti, si me conozco a mí. Al menos a la parte de mí sin venda...

    Si eres tú y estás ahí, si lees estas palabras y lo único que provocan es hacerte sonreír y un “no será así, exagera”. No te creas, no te escuches, sal de aquí... Porque fui yo quien bajó el rastro de pulgares que tú te encargaste de pintar en nácar, fui yo quien convenció al viento para que cuando lloraras él empujara las nubes sobre ti e hiciera que ellas también lloraran, fui yo quien preparó un festín e invitó allí a la señorita casualidad para que nunca, ¡nunca! te encontrara y nos hiciera coincidir; fui yo quien paró tu tiempo justo cuando los mirabas, a ellos, a todos los que creíste enamorar, fui yo quien mantuvo tu mirada. Fui yo quien puso portazos donde tú solo pusiste puertas. Fui yo quien hacía que te quedaras sin cobertura cada vez, que al despedirte, decías un “te quiero”, fui yo quien te hizo no escuchar ningún “yo también”. Fui yo quien secó tus lágrimas con descuidos. Fui yo quien acarició tu mejilla con cada olvido. Fui yo quien te agarró del pelo justo antes de que saltaras de aquel rascacielos. Fui yo quien puso el folio y el boli en el sitio adecuado para que los encontraras cuando tus amores te hubiesen traicionado, fui yo quien te ayudó a escribirles un “adiós” sin “hasta luego”... Porque fui yo quien te puso en medio al mundo entero, por eso no quiero conocerte, porque prefiero no verte a odiarte siempre... y porque fuiste tú, quien con amor, pintaste ese maldito “Co” delante de mi “razón”...

domingo, 6 de noviembre de 2011

EL ÁGORA DE LOS SUEÑOS ROTOS. PARTE I

   Hay una nube nómada donde las haya. Una nube que no suele llover, que es del mismo color grisáceo que tu ausencia  y que sólo se deja ver al atardecer. No es una nube cualquiera, de eso sabía mucho Daniela. 

   Daniela era una niña introvertida y extrovertida a la vez, sabía conjugar a sus doce añitos, ambos aspectos, le encantaba mirar escaparates enormes llenos de cualquier cosa que estuviese meticulosamente ordenada, y quedarse dormida, los domingos justo después de desayunar. Esto último sólo lo hacía si su madre había adornado el anaquel de la cocina con lavanda recién cogida. No sabía porque, pero el olor a lavanda siempre la adormecía.

   Ese día era uno de los domingos en los que la cocina no olía a lavanda y por esa misma razón salió un poco antes a jugar al valle. Cerca de casa había una pequeña ladera, y allí, a sus pies, solían juntarse ella y los demás niños del barrio para jugar a “úrdeles”. Después, cuando ya estaban todos cansados, solían acostarse bocarriba sobre el césped de aquella ladera y jugaban a darle forma a las nubes que visitaban su particular pedacito de cielo. Todos solían decir en voz alta la forma que lograban ver en cada nube, todos excepto Daniela. Ella no solía ver ninguna forma especial y a veces,  ladeaba la cabeza buscando la figura que sus amigos decían haber encontrado, pero siempre sin éxito para ella. No contaba con que cerca de donde se tumbó había una pequeña mata de lavanda creciendo con ardor. Su fragancia no tardó en hacer mella en la pequeña niña que a cada vez cerraba los ojos durante más tiempo, hasta que se durmió.

   Se durmió, y como siempre le había pasado, al rato, se despertó. Estaba allí sola, sus amigos parecían haberse ido, y mientras se estiraba y bostezaba a la vez, vio en el cielo una nube con un círculo redondo en el centro. Se dijo: “¡anda!, esa no es como las demás... es como... como...” y luego, en voz alta, a modo de triunfo, dijo: - Es como una panza, y ese es su ombligo. – señaló alegremente, con un ojo cerrado al centro de la nube, y al hacerlo... éste se cerró en torno a su dedo y la despegó del suelo, levitando y en un abrir y cerrar de ojos, lo que era hierba se tornó nube... lo que era verde, se tornó gris. 

   Daniela se incorporó con los ojos abiertos de par en par y con el dedo índice aún señalando a algún lugar, y dijo disimulando su asombro:

- Estoy volando...  sobre una panza...

Una voz la interrumpió corrigiéndola:  

- Un ágora, para ser más exactos, el ágora de los sueños rotos.

...
CONTINUARÁ

viernes, 4 de noviembre de 2011

VIGÍA DE TU SONRISA

- No lo entenderías
- Que típico. Dime, por qué no lo entendería
- Porque tú no colgaste tu confianza entre sus dedos, como cuando cuelgas un abrigo pesado de un perchero. Ni nadaste, durante meses, entre los cielos de sus ojos. No estudiaste la melodía de su voz para darte cuenta de que no hablaba, que no era su voz, sino la de su alma. No tuviste la oportunidad de perder cientos de oportunidades para estar con ella. No tuviste la certeza de ser un desgraciado por no haberte cruzado con sus dos cielos antes, mucho antes... No te enredaste entre los tonos grisáceos de tu preocupación y luego solo encontraste consuelo en el número de su móvil. Tú no odiaste el escucharla por móvil, sólo cuando ella pudiese, no fuiste los únicos susurros que ella escuchaba al caer del cielo el Sol, la Luna y hasta las estrellas. No rendiste pleitesía ante la evidencia de su inteligencia. Tú no lo entiendes ni lo entenderías...
- ¿Y si lo hubiese hecho?
- Aún así... a diferencia de ti, yo estoy emocionalmente en coma, pero es un coma errante, va y viene, solo percibe algunas cosas, y sólo alguien en mi estado podría ver la grandeza de alguien como ella. Sólo alguien que carece de lo que tanto ella ansía ver, podría entender mi alabanza a su persona, podría entender el porqué hago esto.
- ¿Y crees que aún así, aunque todo lo que digas sea verdad, aunque sientas que “sienses” hacerlo, aunque lo hagas... ella lo encontrará? ¿Sonreirá?
Me agaché y entre dos piedras, en una de las grietas de aquel antiguo y sabio puente escondí mis palabras.
- Lo hará, lo encontrará, sonreirá... – al imaginarlo, yo también sonreí- ... y conociéndola, se le antojará un tesoro. Nada más lejos de la realidad
- ¿Acaso no lo es?
- Claro que no. Pero es curioso, un tesoro encuentra algo mundano entre unas rocas y cree haber encontrado algo de valor... es curioso. Ahn! se me olvidaba, hay una razón más importante, si cabe, que el resto de razones, por lo que no entenderías lo que hago.
-¿Cuál?
- Tú no la has besado
- ¿Y tú sí?
Me alejé de aquel antiguo y sabio puente, justo antes de perderlo de vista, me di la vuelta y le dije mientras me despedía:
- Con cada palabra, viejo amigo... lo hice con cada palabra
Allí quedó él, como vigía altivo de aquella bella ciudad, siempre admirado, construido con cada roca que lo mereció. Rocas que, en aquella mañana, me hicieron el favor de custodiar... tu sonrisa.

jueves, 3 de noviembre de 2011

AHORA

   Que nadie se equivoque tanto como yo. Que yo no escribo del pasado, escribo sobre a quién hoy, todavía, no conocí... ahora sólo te escribo a ti:

Ahora que ya no me gusta la mirada del retrovisor.
Ahora que ya no se izan banderas con calaveras.
Ahora que el país por el que dejé de luchar es el de nuestro corazón... sólo uno... sólo un corazón.
Ahora que adoramos el ahora del mañana y nos persigue el ahora del ayer.
Ahora que me es necesario un “después” para poder diferenciar el sexo del amor.
Ahora que el cielo es un lugar de luces apagadas sin interruptor.
Ahora que me entretengo zurciendo nubes para regalarte tormentas.
Ahora que dicen de mí que no sé escribir.
Ahora que prefiero buscar-te a encontrar.
Ahora que me sobran los complejos y, visto lo visto, también los ojos.
Ahora que estoy falto de mordiscos y latidos.
Ahora que vendo mis sentidos por sentimientos.
Ahora que sólo escribo sobre ausencias.
Ahora que escribo.
Ahora...

miércoles, 2 de noviembre de 2011

OJOS VENDADOS

Últimamente no suelo aguantar mucho con los ojos vendados. Literalmente.

A diferencia de lo que ocurría antes, no me gusta lo que veo cuando cierro los ojos. Dejo de escribir a cada pocos segundos para dudar, me atiborro de incertidumbre. Tengo miedo. Puede que no sea lo mejor, pero pienso, y luego me destapo. Veo luces donde antes veía cielos. Siempre he sido de los que querían sentir, en cambio, últimamente, soy más de necesitarlo.

Siempre dije que me vendaba los ojos para obligarme a mirar hacia dentro, para escribir lo que allí viese, pero últimamente me mareo, como cuando te echas a la mar y solo ves agua, sin nada de tierra alrededor, ni un punto de referencia para no marearte. Entonces oigo mi respiración, la sigo, siento el movimiento de mis dedos golpeando sobre el teclado, mi pecho al llenarse de aire y al expulsarlo. Todo al ritmo de las olas de, éste, mi particular mar. ¿Cómo puedo marearme? aún sin capitán, aún sin rumbo, aún sin balanceo... me mareo. Es como si me cabeza quisiera salir de mi cuerpo, como si mi mente quisiera irse y dejarme aquí tirado. Como si algo dentro de mí se hubiese rendido.

No voy a permitirlo, no voy a dejar que eso pase. Ni voy a rendirme, ni voy a marearme en el mar que yo mismo me encargue de llenar a base del sudor que me costó volver a aprender a llorar. No voy a permitirlo. Tendré que vaciarlo, volver a convertirlo en tierra más o menos firme. Por  eso creo que estoy aquí, para vaciar mi mar en forma de palabras golpeadas, en forma de palabras sin mirar. Hoy que no me llame  nadie por teléfono preguntándome si creo en dios o si recuerdo que he soñado. Hoy dejad dormir tranquilo a mi móvil y olvidaros de intentar hacerme vibrar con vuestras emociones.

Es curioso, acabo de darme cuenta de que aun con los ojos cerrados algo se me metió en el ojo y me molestó. No viene de fuera, sino de dentro. Las espigas de nuestro interior que alguien dijo que no veríamos en nuestros ojos, aún viendo el grano en los ojos de quienes nos rodean. Cual coraje no guardaré dentro que cada vez que pienso en eso mismo, en mis adentros, me da por escuchar algo que creo ajeno y que al final, resulta ser el rechinar de mis dientes , peleados , enganchados los de arriba con los de abajo, en una batalla dialéctica y eterna que parece no entender que las grandes gestas, nunca serán grandes a los ojos de aquellos que no tengan grandes corazones.

Nos entretenemos en hacer reglas para medir aquello que sabemos que en esencia no es medible. La distancia entre tu boca y la mía se podría medir en metros o kilómetros, pero sabes que mis labios ahora están contigo y los tuyos están tan lejos de los míos que no habría ni años luz bastantes para poder contarlos.

O por ejemplo tu corazón y el mío, son medibles, su peso, sus latidos, su forma, su tensión, y... ¿quien cuenta los latidos del corazón de alguien que lo perdió, o cree saber la forma de un corazón que, como el tuyo, echó a volar? O lo sueños, sin ir más lejos, los sueños pueden medirse y clasificarse, por ejemplo entre los más o menos intensos o entre los que fueron cumplidos y los que no, o entre los que luchamos por ellos y los que  no.

Pero nadie dice todo eso simple y maravillosamente ES.
Sin artificio reglado ni mensaje malinterpretado.

martes, 1 de noviembre de 2011

LA SONRISA DEL MUNDO

      Sergio abandonó el café con leche, con hielo y con baylis en su cafetería de costumbre por un solo de la máquina de su nuevo empleo. Hoy hacía exactamente un mes y veintinueve días que seguía esa misma rutina. Solía sentarse en la mesa más lejana a esa asquerosa cafetera, supongo que porque quería que el camino hasta su primer sorbo fuese lo suficientemente largo como para prepararse para beber aquel potingue. Pero, no escribiría éstas palabras si ese día no hubiese sido distinto a los anteriores, lo fue, en un detalle significante. Sergio sonreía, allí sentado con la cafetera a casi veinte metros de él, justo en frente, como siempre... sonreía. Soñaba despierto sobre algo que nunca contó, a nadie excepto a su sonrisa.

      Inma era una adicta del orden, la limpieza y las cosas antiguas, trabajaba hasta tarde y nunca se quejaba de las horas “extras”. Miraba con recelo a cualquiera que, del género opuesto, se le acercara. Solía ocurrir pocas veces, pero aún así, ella misma se encargaba de que fueran todavía menos. Pero había alguien al que aún no había prejuzgado y metido en el saco de los “todos son iguales”. Ese alguien empezó a trabajar en su planta no hace mucho. Ya sabéis donde se sentaba, y es por ello que Inma siempre esperaba a tomar su café, ese que tanto le gustaba, justo después que él. Así le daba la oportunidad a la casualidad de que cruzaran sus miradas. Cual fortuna la suya que hoy no sólo fueron miradas, sino también una sonrisa, inesperada la sonrisa e inesperada la sensación que en Inma provocó dicha casualidad. Tal fue la sensación que esa tarde no decidió hacer ninguna hora extra y salir del trabajo justo cuando Sergio. No consiguió volver a verlo, la casualidad no le volvió a sonreír, pero ella ya se daba por satisfecha. En el camino a casa, al volante de su Volkswagen, Inma casi tuvo un accidente, un peatón cruzó la calle ensimismado en  la música de su mp3.

      Enrique tuvo el susto de su vida. Casi es atropellado por prestar atención a una canción de Marea. Dos días después mientras iba a la universidad,  recordó aquello que le ocurrió y decidió prestar más atención, vio un coche en la distancia y aunque le daba tiempo suficiente para cruzar, decidió esperar a que pasara. Mientras esperaba se acercó una compañera de clase, le saludó, pero él pareció no hacer ni caso, estaba demasiado atento, esta vez, a la carretera. Ella insistió lo imitó y poniendo cara de preocupación empezó a mirar a un lado y otro de la carretera, con la mano en forma de visera, el ceño fruncido y gesto primitivo. Enrique no tuvo más remedio que darse cuenta de su presencia para luego reírse de sí mismo, al terminar la imitación él le contó el porqué había estado tan atento a la carretera, y de camino a la universidad ambos se rieron de su torpeza con clásicos como: “los hombres sólo podéis pensar en una sola cosa a la vez” o “era una mujer quien conducía, como no, mujer tenía que ser”. 

     Nuria, la chica con grandes dotes para la imitación y que ahora entraba con Enrique al campus hablando sobre las peculiaridades de los profesores que esa tarde tendrían que aguantar, era una chica muy guapa, lo suficiente como para provocar celos en aquella que normalmente solía ir agarrada del brazo de Enrique por aquellos lugares del Campus, y que debido a una discusión de la noche anterior, hoy ya estaba en clase, escudriñando a través de una de las grandes ventanas. 

     Sara era su nombre y celos el de sus emociones actuales. Los mismos que le susurraban: “Si Enrique es lo suficientemente rápido emocionalmente como para reírse y pasárselo bien con su nueva amiguita, después de la mierdas que me dijo anoche, supongo que será también muy rápido para pillar mis indirectas de hoy, por lo pronto, no va a saber nada de mí en todo el día”. Sara cogió la mochila cargada de libros, se la colgó de uno de los hombros y salió de clase. Volvió a casa,  y para distraerse, se puso a diseñar aquello que prometió diseñar hacía una semana  y que a menos de un día de su fecha límite aún no había terminado. Era una pancarta, justo esa mañana desistió en su intento de hacerla. Pero ahora tenía tiempo, necesitaba enfocar su atención en algo que no fuera autodestructivo y las pinturas y el cartón tenían pinta de no serlo. Hizo una enorme pancarta que enunciaba: “¡¡ESCUCHA!! EL PUEBLO ESTÁ HABLANDO”. Ya estaba preparada para el 15-O, manifestación a la que iría al día siguiente. 


     Allí mismo, un día después, Sara se desahogaba gritando a favor de los derechos de los ciudadanos, la equidad, la justicia, en contra de los recortes, de las falsas democracias y un  largo etc más. Pancarta en mano y móvil apagado en el bolsillo, recorrió las calles de su ciudad junto a otros tantos miles de indignados.

      Oliver, fotógrafo independiente, interesado en la creatividad y la fuerza interna de las personas, poeta de puertas para adentro, intelectual de puertas para afuera, sarcástico, crítico y hoy también, manifestante. Estaba allí en busca de la señorita inspiración. Fotografió entre otras, la pancarta de Sara. Estaba bien elaborada y hacía de bienvenida al resto de mensajes. Consiguió vender la foto de Sara, su indignación y su pancarta a un periódico nacional. Horas más tarde también la vendió a otros periódicos de otros países. Sacó un buen dinero y con él decidió lo que todo poeta habría decidido, invertirlo en la causa. Rescató, refundó y dirigió una emisora de radio orientada a los ideales del movimiento. Participó en dicha emisora durante años y su forma de plantearlo atrajo a muchos miles de ciudadanos. La voz corrió de boca en boca, de móvil en móvil y de web en web hasta convertirse en una de las emisoras más escuchadas. Sirvió también de pasarela a nuevos poetas, literatos, cantantes, diseñadores...etc. Todos con nuevas ideas y proyectos. Uno de ellos cuajó en la sociedad. Se llamaba “Escucha-Te” y propagó una idea de formación individual y colectiva donde primaban valores que ya creíamos perdidos con un aire fresco y renovado. Tuvo que pasar casi medio siglo para empezar a notar los cambios en la sociedad. Pasamos de buscar la riqueza en materiales, bienes o dinero, a buscar la riqueza interior, de conocimientos, amistades, principios... Un gran paso que Oliver lideró de alguna forma y que, ya en su vejez, intentó averiguar cómo ocurrió.

***

       Encontró, a través de la foto, a Sara, la responsable de su empujón económico. Hablando con ella, se enteró de la historia de celos y cabreo que había tras esa pancarta. Luego consiguió encontrar a Enrique, casado con su mejor amigo de la infancia, le preguntó el porqué de su engaño con esa otra chica. Él le contó vagamente el cómo la conoció. Le dijo que fue una casualidad, que como unos días antes casi lo atropella una mujer, ese día se quedó allí, dudando sobre cuando cruzar. Entre risas, Enrique, le contaba a Oliver que aún hoy miraba cuatro o seis veces a ambos lados, se había convertido en una manía suya. Recordaba que era un Volkswagen y que venía de la única sede de oficinas que había frente al Campus Universitario. 

      Cualquiera se hubiese detenido en esa particular “investigación”, pero Oliver hacía poco caso a las detenciones. Así que fue a las oficinas y preguntó por lo sucedido. Nadie recordaba nada y la única persona de cierta edad, mujer y que condujera un viejo Volkswagen, era una de las directivas. Aunque ya le avisaron los trabajadores de que era imposible que fuera ella, debido a lo previsora y perfeccionista que solía ser, Oliver se citó con ella. Por supuesto acertó, y por supuesto, alguien con una personalidad como la de Inma, solía no olvidar ese tipo de “fallos”. Allí mismo Inma le contó los cuatro únicos errores de su vida. Entre ellos estaba ese. Se justificó diciendo que su corazón le había jugado una mala pasada. Ya era una anciana y podía permitirse el lujo de hablar de sus emociones sin ruborizarse... o eso creía. Le contó como una sonrisa y un guiño (esto último fue algo que añadió su memoria con el tiempo), la hizo perder su buena costumbre de trabajar todo lo debido, ese fue el día que casi atropella a un chaval. Oliver se sentía afortunado, ahora solo quedaba saber porqué sonreía aquel tal Sergio. Pero pronto descubriría el revés de su fortuna, Sergio había muerto años atrás sin saber el poder de su sonrisa. 

      Oliver publicó lo que había descubierto y lo tituló “La sonrisa del Mundo”. Las últimas palabra de aquel libro que marcó un antes y un después en nuestra sociedad, fueron las mismas palabras que rezan en lo que sería, años después, el epitafio de Oliver, ponía: "Ya sabes... sonríe", pues tal vez, aún sin saberlo, la sonrisa de aquel soñador, cambió el Mundo...