sábado, 25 de febrero de 2012

¡¡HOY MIS DEDOS HAN LLORADO!!

   Aham, de noche robé seis estrellas del cielo, dejé cojo al firmamento. Robé seis y ni una más, pues entre las seis sumaban en edad, el tiempo que mi aliento te estaría dispuesto a dar, y las robé una noche, por qué es sólo una noche lo que necesitaba mi ingenuidad para disfrazarse de pasión y hacer, que antes de que saliera el Sol, hiciéramos historia tú y yo.

   - Me obligas a conjugar en condicional: -  Habría desbordado la tela por encima de los botones de la blusa que seguro ya me hubiese dado tiempo a quitarte, destrozarte o arrancarte... Habría echado a patadas de la cama a mi ingenuidad. Habría mandado a paseo mi timidez y le habría dado dinero para comprarme el tabaco que habría fumado justo después de haberme presentado con dos o más besos a tu orgasmo. Me hubiese perdido entre los beneplácitos de tus sábanas, me hubiese perdido y te hubiese perdido a ti también... sin migas de pan, sin camino de vuelta, sin dejar seña ninguna para evitar que nos sigan a quienes hayamos echado de la cama. Habría dejado tus alas en la mesita de noche, y no me habría ido de tu lado hasta que no hubiésemos volado sin ellas. Habría roto el vidrio que rodea la cama en la que nunca dejas que me embarque y viva esas aventuras que haces sólo tuyas... tuyas y de muchos más marineros botarates que te han llenado la cama de tus amores de arrugas y sexo, con tanto compromiso por el desvarío que acababan oliendo a podrido. Pero yo... yo no sólo te habría hecho olvidar que la cama está hecha para dormir. Te habría hecho navegar sobre mi piel, como si del borde de una catarata se tratase. Habría dado al hombre que el día de mañana quisiera ser por ver-te desnuda entre mis ojos y mis pies.
  
 Déjame suspirar...

Continúo:

   Hoy he dejado fuera de mi habitación a la inspiración... son pocas veces las que viene a visitarme, pero cuando lo hace, arde mi nombre en su voz... lo hace hasta que me consume la desgana y me obliga a dejarla pasar. Pero hoy la puerta estaba cerrada para ella. La puerta era yo y el picaporte era el tacto de tu luz. Y mira ahora: con los sentidos obligados a confundirse por la tenacidad de quien siente demasiado adentro... y las palabras obligadas a ocupar el aire que debía de ocupar tu acelerado aliento.

    No estabas ni a tres palmos de mí, si hubiese querido, habría podido escribir mis palabras en tu mejilla. Pero no, las dejé revolotear por dentro. Si las dejase ir tan fácilmente me quedaría hueco... “¿sabes...? no, nada, déjalo.”

- No, ahora me lo cuentas... va

- No me haga caso, si es una tontería

- No seas así... – Ceñiste el ceño que hasta entonces habría jurado que no tenías – porfi – Me agarraste del brazo y tú lo hiciste sin reparo pero yo sabía que en cuanto dejaras de hacerlo sería a ese brazo, a esa parte de mí, la que dejarías sin amparo... ya no habría desde entonces pulsera ni grilletes ni piel que llevara con más orgullo.

- No, en serio...

- ¡Joder con tantos no!, ea, pues no me lo digas. Tantos no, tantos no, luego dices que si soy yo quien no da nunca su brazo a torcer... – Pasaste de los mimos y pucheros a uno de esas rabietas infantiles que tanto me gusta verte y que tenían más de interpretación que de corazón. 

- No seas así... – Dije otro “no” y justo después de decirlo me arrepentí de haberlo hecho. Aunque no me dio tiempo a evitar que esa ceja tuya se arqueara. 

   Luego carraspeé, bebí otro sorbo de mi copa y te sonreí, era una especie de perdón, tan mío, que nunca llegaba a funcionar. Tú te acercaste, dejaste de arquear tu ceja para hacerlo ahora con tus labios, te acercaste aún más... primero más que si fueras a hablarme, luego más que si fueras a bailar conmigo,  más que si fueras a contarme una confidencia... te acercaste tanto que creí que acabarías por instalarte en uno de mis ventrículos... Me besaste el cuello... aún me llevo la mano al lugar que besaste cada vez que lo recuerdo. Como si hubieses dejado allí tu huella... como si fuera la primera huella de quien pisó la nieve del polo norte. Luego seguiste dejando huellas... Una mano tuya en mi nuca, enredada en mi pelo, la otra en mi pecho... yo mientras, ponía en duda los efectos de mi interpretación: porque quería aparentar estar tranquilo y saber qué hacer cuando en realidad sólo me limitaba a cerrar los ojos de la forma más suave posible, intentado evitar que la más mínima brisa que pudieran hacer mis pestañas te espantase... 

   Empezó a hacer calor en el polo norte... habías adornado mi cuello y mi barbilla con tus besos. Me pasé meses deseándolo, y me pasaré muchos más recordándolo... ¿Cómo en tan poco tiempo puedes doblegar tantísimo a mis sentidos?... ¿Cómo puedes hacerme sentir tan libre si yo lo único que quería era cumplir condenas contigo?... Dejabas a mis labios huérfanos del rosa brillante de los tuyos y por eso pregunté lo que esperabas que preguntara:

- ¿No vas a besarme los labios? – Pregunté con la seguridad de quien ya ha hecho el amor esa noche.

- No... Hoy no. – Tus “no” sonaban más premeditados de lo que habían sonado los míos... la mano que tenías en mi pecho te ayudó para empujar con suavidad y apartarte de mí... me miraste con la seguridad de quien había follado esa noche y te marchaste. 

Dejo de escribir y miro mis manos... ¡hoy mis dedos han llorado!

miércoles, 22 de febrero de 2012

HOY

   Más vale que comience por la calle:
   Hoy en la calle convivían cabizbajos, pensativos y abstraídos; reinaba el frío y la luz de las farolas competía inútilmente otra vez, con la luz del firmamento. Si hubiese aliviado mi paso me habría cruzado con un hombre que iba al trabajo, me hubiese saludado animosamente y me hubiese comentado el último robo de dignidad que tuvo que soportar. Hace ya demasiados años que a ese hombre el trabajo le dejó de dignificar para empezar a utilizar.
   En casa la tele escupía una avalancha de universitarios apaleados frente a la fachada de un edificio institucional.
   Hoy en mi escritorio, al igual que ayer, un folio vacío y hueco. Pavoneando su blanco ante la impasividad de mi boli.
   Me aferro a él, como si de ello dependiese mi vida, hoy no va a haber quien ignore lo que escriba. ¡Tú! tú me vacías, me haces lerdo, me consumes, me confundes... Escribiste tu nombre por dentro de mi venda y ahora tengo que prescindir de ella. Que si, ¡joder!, que me parece genial que pasees tus ráfagas de cristal por cada cachito de suelo por el que piso. No te reprocho el que te deslices sobre curvas infinitas pintadas con empeño. En serio, no quiero que me malinterpretes, tienes todo el derecho a sonreír bajo el cielo – aunque dudo que tu sonrisa sea de esta parte del mundo-. Sería injusto que mis palabras te hicieran retroceder, que hicieran palidecer el brillo de tus ojos, que erizaran tu piel o que callaran tus verdades. Sería injusto que lo que quiero decirte hiciera de “ti” un “te acuerdas de...”. Es pensar en ello y... ¡por todos los poetas que han muerto con un poema sin decir!: Por favor, nunca te alejes de mí, ni te acerques, a no ser que tengas algo que sentir.
   Y una pregunta: Te llevaste mi sombrero. Ya, lo sé, no es una pregunta, pero es que joder, es evidente: yo me quemo con el Sol cada vez que te veo y a ti, por mucho que te lluevan mis palabras, ni te mojas ni se te encrespa el pelo. No hay duda... te llevaste mi sombrero.
   ¡Ahn!, y otra cosa, ¿puedo pedirte algo? Como no te darás por aludida y sé que aunque así fuese, no dirías que no a algo que no sabes aún de que se trata... ahí va: Voy a dejarme crecer la honestidad, ¿Me guardas las tijeras?
Sigo:
   Para no tropezar con falsedades, he de admitir que parte de la culpa la tengo yo, por tener ojos con los que mirar y aire que respirar. Mi corazón ya me escarmentó por sentir, así que le robé los sentidos y los guardé en una cajita de acero que até a más de ocho mil ciento noventa y dos globos con helio y la solté... y al verte por primera vez, me dije: “Ni ella ni sus ojos podrían encontrarlos.”  Quien me iba a decir que esas odiosas mariposas de papel que entre pestañeo y pestañeo te entretuviste en hacer, iban a ser capaces de traerme esa maldita caja. Bueno... ha pasado un tiempo desde entonces, ahora lo reconozco: fui yo quien escondió y enmudeció a base de sarcasmos a cada una de tus mariposas, pero no ha servido de nada, son unas cabronas... hoy aprendieron a silbar...

lunes, 20 de febrero de 2012

MÁS DE SEIS VIDAS


   Llevaban más de seis vidas sin verse. 

   Él había estado robando reflejos de amores durante todo ese tiempo. Ella había estado abandonando recuerdos en las agrietadas manos de quienes tocan sin acariciar. 

   Cuando sus ojos se cruzaron provocaron un estrépito de huracanes en su interior, no pasó ni un segundo cuando él echó la vista al cielo y ella bajó el telón de la suya. Luego él negó con la cabeza para sí mismo y ella sonrió con descaro, sabiendo que la curva de sus labios era tan afilada que podría acabar hiriéndolo. Él frunció el ceño de quien se escuda en el ingenio y la razón para esquivar la brisa afilada de la sonrisa de una flor. Ella levantó la vista y brilló más que el Sol de madrugada. Él bailó en los pómulos de quien le miraba. Ella enarboló su seguridad como arma. Él estalló y acabó ileso. Ella rompió el suelo, una vez por cada paso que no dio. Él voló esquivando las pestañas de quien la miraba tan intensamente que no las bajaba. Ella se extirpó un suspiro que se llevó consigo tocamientos sin caricias. Él inclinó la cabeza, que no la mirada, y volcó todas las almohadas de reflejos huecos. Ella le besó e hizo de sus labios la morada de su confianza. Él le hizo el amor con sus primeras palabras. La Luna lo vio todo y se lo contó al Sol. El Sol sabía de quien le hablaba y sonrió. 

   Todo esto sucedió antes de que en una madura relación, la monotonía pudiese decirle al tedio: “te quiero”. Todo esto sucedió en menos de un segundo y luego hubo esta conversación:ç

- Si yo fuera tú, cogería de los del fondo. – Cogió un kiwi de la parte más baja de la caja y se lo acercó. Él estaba nervioso y por eso tenía las manos frías, ella estaba desconcertada y por eso temblaba su sonrisa. 

- Si tú fueras yo, estarías de tanta mierda hasta el cuello que te importaría muy poco que kiwi coger – Dijo ella, que convirtió la experiencia en un utensilio arrojadizo y su timidez en una bola de papel (de esas que nunca se encestan en la papelera).

- ¿Siempre le hablas de mierda a quien intenta ser amable?

- Sólo los lunes

- ¿Y qué haces los martes?

- Los martes suelo no cruzarme con gente “amable”

- ¿Y con truhanes? 

- ¿Truhanes?, creí que esa palabra ya no existía

- Amable y resucita-palabras-profesional, encantado – Extendió una mano

- De qué siglo te has escapado, del dieciséis o del diecisiete... – No tocó la mano que seguía rasgando el espacio entre ellos dos.

- Los lunes me escapo del dieciséis, pero los miércoles suelo volver – Retiró la mano con la naturalidad de alguien a quien no se la han estrechado nunca. – ¿Te hace un café antes de que me vuelva a marchar?

- ¿Sueles entrarle a las tías en el súper? 
 
- Sólo a las que cogen los primeros kiwis de las cajas.

   Ella miró al expositor de la fruta y dijo: - Pues ahí tienes a una que está cogiendo kiwis, ve y éntrale, corre. – Sonrió mordazmente, pues quien lo hacía era una anciana que aún dudaba si meter aquella bolsa de kiwis en su carrito o no. 

   Él no dudó, al menos fue lo que aparentó. Se acercó a la anciana, habló con ella. La anciana miró con estupor la bolsa que aún tenía en la mano y al cabo de unos segundos la dejó de nuevo. Luego él cogió una naranja, y la puso sobre la caja de los kiwis, miró a los lados e hizo lo mismo varias veces hasta que no se veía ni el más mínimo pelo de la fruta tropical. Luego volvió y continúo: 

   - Entonces mañana...- dejó en el aire con una mirada de ilusión y sonrisa de descaro.

   Ella miró al techo, sonrió, suspiró y dijo: - Por qué no... ¿Mañana a las cinco y media?

   - Perfecto, ¡hasta entonces!

   Él se marchó y contó el Sol unos ciento sesenta y cuatro pasos antes de que cayera en la cuenta de que no se habían dicho ni lugar, ni nombres, ni números – de teléfono -. Retrocedió y el Sol contó unos ciento veinte pasos de vuelta al lugar de partida, éstos, mucho más amplios. 

   Ni que decir tiene que no la encontró. 

   Llevaban más de seis vidas sin verse y deberían de pasar algunas más para poder mirarse.

jueves, 16 de febrero de 2012

MENTÍ

  Me llamaste un día de madrugada. Llevaba sin saber de ti tanto tiempo que ya no sabía que responderte al descolgar el teléfono: no sabía si decir “hola” o presentarme.
    
   Presentarme porque he cambiado tanto... tanto he cambiado que dejé de ser verano para convertirme en otoño.
   
 Me dijiste que querías verme y que estabas cerca. Yo murmuré para mí mismo: “tú siempre has estado cerca y dentro”. Accedí a tu repentina cita. Eras tú o el insomnio de alguien intrigado por tu llamada y sacudido por mi negativa. Así que fui. Era un Hostal rural, con vistas a la catedral. No recuerdo que dijiste cuando me viste entrar, ni siquiera recuerdo haber entrado. No recuerdo la luz o el mobiliario de la habitación, ni si cerré la puerta con un portazo o como dice Sabina: “con un signo de interrogación”. No lo recuerdo, y creo que habría sido inhumano ser tan observador con todo aquello que rodeaba a tu desnudez. 

   Estabas de perfil, me mirabas de soslayo, la luz que brindaba tu cuerpo era la justa para no hacerme enloquecer. Mecías tu pelo en el viento de una primavera que se ha adelantado al invierno. Sonreías pícaramente y al hacerlo sacudías toda duda, desconcierto o miedo que un hombre pudiera tener. Mirabas como quien entiende los deseos que nunca se dicen, como quien cree ver tras las caretas y las apariencias. Las curvas de tus caderas jugueteaban con mi cordura, la sujetaban de un hilo y la balanceaban jugando a ver donde caería y se rompería. Las curvas de tus senos abatían todo el aire de aquella habitación, lo hacían suyo y dejaban sin aliento a cualquier inocente que entrase allí. 

   Era yo quien había entrado, pero era culpable. Lo que sí recuerdo después de las dos vidas que tardé en mirarte y luego recobrar la percepción, fue que tragué saliva, lo recuerdo por que cuando lo hice resquebrajé con ella el barniz de impasividad que cubría mi garganta. Tragué saliva porque necesitaba un poco de mí, después de tanto de ti. Aunque no fue suficiente, necesitaba algo más si no quería caer en la pena de no poder volver a parpadear nunca más, así que miré a mi derecha: había un enorme espejo colgado en la pared, apuntando a la cama, apuntando a lo que había entre tú y yo, a lo que deseaba más que nada destrozar e inundar con nuestra esencia hasta que no cupiese ni un gemido más en esa habitación. Me miré a los ojos, fue suficiente para poder articular palabra y decir:

   - ¿Qué quieres?

   - Lo mismo que tú – respondiste. Y diste un paso hacia adelante. Olí tu perfume. Acortaste la distancia entre tú y yo, como quien acorta la distancia entre dos mares. 

   - ¿Por qué estás tan segura de creer saber lo que quiero? – Era obvio, lo sabía, yo era transparente, mis palabras solo servirían para dejarme tiempo para pensar. No quería caer, no otra vez no. Si lo hiciese sería uno más, uno de tantos que dejaste atrás después de marearlos en la montaña rusa de tu cuerpo. Perderías de mí el interés como ya hicieras con todos los osados que se atrevieron pasear su piel por entre el nácar de la tuya. Tenía que dejar de pensar en todo ello – sacudí la cabeza- esperé un ingenioso comentario tras tu respuesta. Pensé – o algo parecido – que si yo era un otoño y tu una reciente primavera, te olvidaste por completo del invierno que nos separaba. Tú lo olvidaste y yo lo pateé, lo amordacé y lo metí en el maletero del coche de mis instintos carnales. 

    Miraste bajo mi cintura y respondiste:

   - Es a ti a quien se le ve bastante seguro – Otra sonrisa pícara. Si “pícara” tiene tres sílabas, yo recibí tres disparos, pero es que tu sonrisa hacía las palabras eternas y con un deje onírico, así que no fueron tres disparos. Fue como darme el arma cargada a mí y dejar la elección en mis manos sin pulso. 

    Diste otro paso, a esa distancia habría podido acariciarte. Mi mano casi me juega una mala pasada. Me rendí de puertas para adentro, me desmoroné, no es que hubiese construido castillos de arena, era de pétrea tez y de gruesa estructura, pero todos se desmoronaron, se hicieron polvo, luego formaron una nube y llovieron sobre el pasto de mi sien, allí crecieron flores que olían a ti, y un río con una cascada por cada una de las veces que te hubiese hecho mía... te hubiese hecho mía si no fuese tan valiente, tan osado o tan ¡gilipollas! para decir:

   -Te mereces algo mejor – Mentí.

   Me di la vuelta y me fui.

lunes, 13 de febrero de 2012

INEVITABLES E IMPERTÉRRITAS


    Yo tenía una botella de cristal, de esas botellas que le comprabas al lechero de hace muchos años. Cuando era pequeño, deseaba que se acabara la leche para poder hacerme con la botella. En el momento que era mía, iba al baño y allí hacía una recolección de perfumes, colonias, geles de baño y champoos que olieran bien, es decir, todos menos ese gel que olía a chicle. 

   Limpiaba la botella de la leche, la enjuagaba varias veces y la limpiaba por dentro del cristal con un cepillo de dientes, por supuesto, no con mi cepillo. Cuando ya estaba totalmente limpia y no olía a leche, empezaba con el experimento: Primero los geles y champoos, luego las colonias y por último una pizca de los perfumes. Ya lo había hecho otras veces, pero siempre cambiaba las proporciones, buscaba una especie de olor y consistencia perfectos. Cuando todo estaba bien mezclado, la llevaba a mi cuarto y le ponía la guinda: unas bolitas de plastilina de colores (siempre me ha encantado el olor a plastilina). Luego dejaba reposar aquel mejunje bajo mi escritorio, tapado con un papel grueso. Allí quedaba durante todo un largo día y teniendo en cuenta que hablamos de un niño de unos diez años, eso era tener mucha paciencia.
  
No recuerdo su olor. Pero sí su apariencia. 

***
    
   Creo que colecciono papeles y bolígrafos. Tengo todo tipo de papel ordenado por grosores y por tamaños, desde una colección de distintos tipos de pos-it hasta un A1 de papel grueso; libretas de distintos tamaños, apaisadas, verticales, pequeñas, de hojas de colores, cuadriculadas, lineales, de dibujos; papeles con olores, servilletas a modo de papel... incluso la palma de mi mano me hace a veces de un improvisado lugar donde volcar palabras. Luego están los bolígrafos: de todos los colores, rojos, azules, negros, verdes; bolis compuestos de muchos bolis (de esos que huelen raro y tienen todos los colores incorporados), lápices, lápices de colores, ceras, rotuladores, portaminas, pasteles, carboncillos, bolis big, pilot... hasta mi sangre ha servido a veces de improvisada tinta para dibujar palabras. 

   Huelga decir que mis papeles están casi todos llenos de palabras y mis bolígrafos vacíos de tinta o mina. Incluso el boli compuesto por muchos otros está a punto de morir. Tal vez escribo demasiado, o quizás no escribo lo suficiente como para dejar de escribir. El problema es que hay noches que tengo insomnio y en esas noches, que no son pocas, cojo un boli medio gastado y una hoja medio usada y escribo abstracciones, que como no, también se quedan a medias. No es algo que me moleste el decir que no escribo bien, pero quien lea mis palabras y lo diga, que tenga en cuenta que al hacerlo declara que él tampoco lee bien. 

   Vuelvo a esas noches de insomnio. Entonces solo los sobrios están despiertos de verdad y a mí me da por hacer un mejunje de palabras: las selecciono, las pienso, las siento y luego las ordeno de la forma más original que pueda. En el momento que creo haber acabado, me releo... luego miro a mi originalidad a los ojos y le digo: “¿en serio?”. Suelo estar listo al tercer o cuarto borrador. Entonces cojo una hoja de cristal, de esas que hacen tanto daño cuando se leen. La limpio con lágrimas o sollozos, lo que tenga más a mano. Por supuesto, intentando que no sean míos. Una vez que la hoja de cristal está totalmente limpia y ya no huele a corazón, la lleno con mis palabras. Primero la prosa, luego los cuentos, las poesías y para terminar, el colofón: unos trocitos de amanecer (siempre me ha encantado ver amanecer al final de un día). Busco que quede perfecto, que su armonía y emoción salgan lo mejor posible. 

   El último paso para su preparación es el dejar la hoja reposar durante un tiempo bajo mi piel, tapado con un suave velo de desnudez. Allí tiene que quedar durante toda una larga vida, aunque en realidad no es tanto tiempo, para la inspiración una vida es como para nosotros una exhalación... nunca mejor dicho.

   No recuerdo mis palabras ni su orden, pero si la emoción que transmitían:

   Como el combinado de olores que hacía en mi niñez, las palabras de mí ahora siempre acaban siendo desdibujadas. Como el olvido de un sabio, el amor de una prostituta o lo efímero de un Dios... mis palabras acaban siendo inevitables e impertérritas.

sábado, 11 de febrero de 2012

RECONOZCO QUE PIERDO

   Reconozco que perdí, que perdí al anhelo entre las cicatrices de tu pelo.
   Reconozco que abandoné, abandoné la forma de bailar sobre tus comisuras.

   Volcaste mi vaso de agua medio lleno o medio vacío, mojaste la mesa donde guardaba todos mis recuerdos, cada palabra que ya había escrito está ahora borrosa. Con la misma forma que está ahora mi sombra: borrosa y huidiza... Quiere marcharse y perderse por algún camino que no huela a sangre. Tuve que prometerle días más brillantes y noches más dormidas para que no se fuese, y en cuanto ella dormía y yo enmudecía silencios, la amarré a mí con un grillete forjado a base de puntos suspensivos... 

   Me paro y pienso:
   Conjugo en pasado, pero no es de él de quien hablo. Le pego más de dos mil bocados a la incertidumbre, hago dudar incluso a la certeza de quien quiere leerme y sí me entiende. ¿Por qué todo tan abstracto? ¿Por qué tantos trazos blancos y negros si al final siempre sale gris? Porque de otro modo dolería aún más, tal vez esa sea la respuesta. Evitar el dolor, como el ciego que evita la caída con su bastón. Tal vez mi bastón sean enrevesados acertijos lingüísticos y mis obstáculos sean mis latidos. ¿La caída? la caída sería dejarte entrar en mi vida. 

   Dejo mi ensimismamiento y sigo con el sienso:
   Anoche soñé con correas de barniz que cubrían tu cuerpo, te protegían y te hacían brillar, pero con el tiempo, agrietaban tu piel y tus huesos... justo como hacen mis mentiras.

   Cuando despierto de mi insomnio siempre pego un sorbo de ilusión, desperezo a mi ingenuidad y bostezo en honor a la honestidad de quienes la tengan. En honor a...
En honor a la primera vez que te vi... paseo mi vista por el firmamento
En honor al viento que mece tu pelo... suspiro
En honor al camino que alfombra tus pasos... acaricio
En honor al brillo de tus ojos... ilumino mis sueños y los cuelgo del cielo
En honor a la primera vez que te vi... paseo mi vista por el firmamento.

   Hoy reconozco que perdí, que perdí palabras, que perdí mi aliento, que perdí verdades y que perdí mi esencia por volver a tatuar un folio en honor a tu puta indiferencia.

sábado, 4 de febrero de 2012

HOLA. SOY QUIEN NO ES.

   Has dormido sin soñar, comido sin apetito, bebido sin sed; has hablado, escrito y gritado sin tener nada que decir, has decidido actuar sin tener un papel que interpretar. Has vivido sin saber el porqué. Has matado en cada comida desde que tuviste dientes. Has valorado, juzgado y criticado sin haber leído, escuchado o comprendido. Has aprendido para olvidarlo. Has amado para acabar siendo engañado o para acabar engañado, y si no es así, has amado hasta que dejaste de hacerlo... 

   Hiciste todo lo que no deberías de haber hecho y aún así... aquí estás. Volviendo a leer, a juzgar y a tergiversar todo lo que se suponía que deberías hacer. Porque te empeñas en aparecer, parecer o esconder, porque le declaraste la guerra al “Ser” y pusiste tus costillas como barrera infranqueable. Porque al hacerlo te olvidaste de tu ombligo, y hoy hago de él mi particular abrigo. Porque deseaste mantenerte lejos y hacer que te olvidara antes de permanecer cerca y “ser” olvidada. Hoy quisiera hacerte llegar mi reprimenda, hacer saber que no hay lugar al que puedas huir cuando ni tan siquiera “eres”. Quisiera verte la cara cuando escuchases los matices que no comento, ni escribo, con o sin venda. Quisiera ver tu sonrisa arqueada, haciendo volcar mi mundo hacia donde tu mejilla queda levantada. Quisiera que ocurriese ahora y si así fuese: lo haría eterno, lo guardaría en la cajita de cristal que hiciste con las lágrimas que no derramaste y con los sueños en los que tu cobardía impidió que te embarcases. Meter ahí el ahora y verlo revolotear tras el cristal, que sepa cualquiera que la vea que lo que hay dentro es tan inmortal como tu futuro recuerdo. 

  No te vas a ir de aquí sin saber lo mucho que no te quiero, lo mucho que no te he seguido escribiendo. No voy a permitir que vueles ni por un segundo más sin llevar arrastras todo el peso de mis versos, moldeados con las manos de la prosa, olvidadas sus rimas, asesinada mi poesía. No serás quien me deje atrás, no serás quien se mueva, ni yo tampoco. Pues aunque no lo sepas yo tengo mi propia cajita de cristal de sueños sin soñar y lágrimas sin derramar, dentro cabemos tú, yo y el desencuentro. Dentro es todo eterno. En cuanto te encuentre me apresuraré a atraparte como quien atrapa un matiz en un cuadro o quien entorno los párpados ante una canción. Te atraparé como el artista atrapa “O” entre el público y las hace suyas. Te atraparé, pero antes debes de existir, debes a darte conocer, preséntate ante mí, rompe el hielo, el iceberg o el polo norte o sur que nos separe, destrózalo a base de sonrisas y preséntate, di un “hola” seguido de un “soy quien no es” y así sabré quien eres. 

  Deja de leer, las letras son solo letras y a veces entenderlas duele tanto como escribirlas. Si mi corazón fuera una nube, sería más gris que el gris y llovería desde noviembre a octubre.