miércoles, 1 de agosto de 2012

HUMEDAD SE ESCRIBE CON "H" DE HOCKEY


            - ¡Marina!, ¡Marina!, corre, ven,  he encontrado algo increíble, ¡corre!
            - Déjame Eva, que estoy haciendo los deberes. Además, luego seguro que es mentira. Como aquella vez en la que me contaste lo de aquel libro al que no se le acababan las páginas.
             - Ya sabes que tuve que deshacerme de aquel libro. Va, ven, que esta vez podré enseñarte lo que he encontrado. Es genial, vas a ver cómo te encanta.
   Marina, que hasta entonces no había levantado ni la vista ni el lápiz de su cuadernillo de verano, miró a Eva, luego agitó la cabeza de izquierda a derecha, resopló y dijo:
            - Que no, que ya te he dicho que estoy ocupada.
            - Pero si luego, por muy bien que hagas los deberes, la tita siempre te saca faltas. Te prometo que si no te gusta lo que te voy a enseñar, te ayudo a hacer los deberes.
            - Vale, pero no tardes. ¿Dónde está?
            - En la buhardilla, sígueme – Respondió Eva justo antes de darse la vuelta y salir como un tiro de la habitación.
   Subieron a la buhardilla. Allí todo estaba lleno de cosas obsoletas: desde antiguos cuadros y libros hasta sillas y estantes que parecían de otra época. Siempre olía a madera y cuero, y eso hacía de aquel lugar algo aún más mágico. La luz se colaba desde dos ventanales situados en los extremos que daban a la parte delantera de la casa. En los haces de luz que entraban se podían ver las motas de polvo suspendidas. Marina estornudó y, con los ojos abiertos como platos y el dedo índice en la boca, Eva se dio la vuelta y la chistó. Luego dijo en un susurro:
            - No hagas ruido, sabes que a tía Ángela no le gusta que hurguemos en sus cosas.
            - Vale, vale. – Miró a ambos lados, había estado allí el día anterior y a pesar de haberle invadido la curiosidad, no había subido hasta entonces. Fuera lo que fuera que Eva hubiese encontrado seguro y era algo genial, aquel lugar parecía sacado de un cuento.
            - Aquí está, mira – Eva sujetaba en sus manos una caracola del tamaño de un puño, de color blanco con vetas rosas.
            - ¿Una caracola?, ¿qué tiene de increíble una caracola?
            - Esto – se la acercó lo suficiente para que echara un vistazo a su interior. Allí dentro había un rollo de papel perfectamente colocado. – Aún no lo he intentando sacar, quería ver que era contigo. – Marina estaba totalmente intrigada, una caracola con un mensaje daba pie a que su joven imaginación echara a volar e imaginase todo tipo de cosas: el mapa de un tesoro, unas palabras mágicas, la foto de un antiguo pirata...
            - Déjame sacarla a mí, ¿vale? – Pidió Marina entusiasmada
   Después de intentarlo durante un rato con los dedos, consiguió asirlo y estirar de él. Cuando lo sacó, dejó la caracola a un lado y lo desenrolló de tal forma que ambas pudieran ver su contenido. Se podía leer:

“Di estas palabras en voz alta: “Sarsarpeltúm”, y luego escúchame, e imagíname bajo el mar si tu futuro quieres ojear”

   Ambas se quedaron mirándose durante un instante, un instante que delataba lo que iba a pasar a continuación. Sólo había una pregunta en el aire:
            - ¿Lo quieres hacer tú primero? – Marina le dio el papel mientras cogía de nuevo la caracola y le volvía a echar otro vistazo. Ahora la miraba como si fuera una emocionante aventura que añadir a aquel verano.
            - Vale, yo primera. A ver a ver... que nervios – Cogió el papel y dijo en voz alta y con los ojos cerrados dotando de aún más solemnidad a aquella palabreja: - ¡Sarsarpeltúm! – Luego se puso la caracola en la oreja y se la imaginó en el fondo del mar.
   Se quedó unos segundos con los ojos cerrados y la caracola en la oreja hasta que terminó. Se encogió de hombros y le dijo que no había visto nada. Decepcionada, pero con un resquicio de emoción entre los dedos, Marina lo intentó. Repitió aquella palabra y luego se colocó la caracola en la oreja.
   Empezó imaginándose la caracola en el fondo del mar. En su particular escenario, la caracola desprendía unas burbujitas que ascendían hacia la superficie, su imaginación subió con ellas hasta llegar a la superficie del mar, de ahí el viento la empujó, recorriendo, a una velocidad increíble, la superficie del mar. Se acercó a tierra, donde se podía ver la desembocadura de un río, siguió rio arriba. Su imaginación volaba a unos metros sobre el agua y si miraba hacia abajo se podía ver a ella misma con los ojos cerrados, volando y con la caracola en una mano. Se quedó prendida de su propio reflejo y vio como a medida que avanzaba rio arriba, iba creciendo, su pelo crecía tan rápido como su estatura y sus curvas. Al poco tiempo parecía tener algo más de veinte años y su ropa había cambiado, llevaba un atuendo de deporte: un pantalón corto azul marino y una camiseta de color roja y amarilla. Por último, su caracola se había transformado en un stick y el río se estrechaba con rapidez. Apartó la vista de su reflejo y miró al frente. Empezaba a estar mareada. El cielo era gris y una gran ciudad se levantaba a pocos kilómetros. No sabía dónde estaba, pero aún así, quería ver donde le llevaba aquel viaje.
   En pocos segundos había ascendido varios metros, tantos que los campos de cultivos y las casas parecían de juguete. De repente, las casas se tornaron grandes edificios y los campos de cultivo en parques y carreteras. Empezó a descender y como si de un ave experta se tratara, aterrizó sobre el césped de un enorme y abarrotado campo de... ¿futbol?
   Estaba junto a una chica que no conocía de nada, tenía un palo de hockey en las manos y había una pelota en el suelo, justo en el centro del campo. La chica le guiñó un ojo y le dijo:
            - El oro es nuestro. ¡A por todas Marina! – Miró alrededor, el estadio estaba a rebosar y a sus espaldas había lo que parecía ser un equipo entusiasmado. Había carteles alrededor de todo el campo en las que rezaba: “London 2012”. ¿Dos mil doce?, se preguntó.
   Luego se escuchó un silbato y Marina abrió los ojos.
   Eva la miraba impaciente.
            - ¿Y bien?
            - He visto de todo, Eva. ¡Estaba en un campo lleno de gente, y todos gritaban y agitaban banderas, había un equipo... y un palo de hockey... y además, estuve volando sobre un rio!, ¡fue genial, pude ver como crecía y...! – Su narración fue interrumpida cuando su tía entró en la buhardilla y dijo:
            - Marina, ¿qué haces aquí arriba?, ¿otra vez hablando sola? – Se acercó a ella – Ains esta niña, qué voy a hacer contigo...
            - Estaba... cantando – Dijo mientras se escondía la caracola en un bolsillo.
            - ¿Has hecho tu lección?
            - Casi la he acabado
            - Anda, vamos a bajar de aquí, esto está hecho un desastre – dijo mirando alrededor – enséñame eso que has hecho, ¿quieres?
   Mientras tía Ángela repasaba sus deberes, Marina recordaba lo que había visto y oído a través de su caracola. La guardaría para siempre, pensó. Era algo mágico, y había sido tan real... Incluso más que Eva
.
            - Marina, si te aburres aquí sola, sólo tienes que decirme lo que quieres hacer. – Dijo su tía sin levantar la vista del cuadernillo.
            - ¿Podrías comprarme un palo de jockey y una pelota? – preguntó casi instintivamente
            - Veré que puedo hacer... ¡Aham!, aquí está. – Cogió su boli favorito, el rojo, y dijo mientras tachaba con ahínco en el cuadernillo: - Eva, humedad se escribe con “h”, que no se te olvide.
            - Con “h” de hockey – Respondió Marina con una sonrisa de oreja a oreja.

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