Justo acabó el minuto de silencio que los caminos han guardado en honor a las víctimas, a las víctimas de tanto engaño, porque es una mentira creer que estás caminando por el mero hecho de estar dando pasos.
El viento lleva callado en una esquina del mundo, mudo y sin amigos, más de cien años, ¿por qué nadie lo ve?, no, porque nadie lo siente.
El firmamento ya no enciende más faroles mientras haya uno de nosotros con vida, ha decidido no obligar a ninguna estrella más a ver nuestra particular batalla.
Qué decir de la luz en las miradas, se cayó al suelo porque creyó tener todas las preguntas respondidas, y los sueños, que la sujetaban a la altura de nuestra vista, flotando y tirando de ella, como decenas de globos de helio, fueron explotando a golpe de madurez, telediario y olvido.
Más de una flor ha abdicado y se ha abandonado a la primavera, que dicen que ya no hay nadie que las huela y que cuando nos acercamos a ellas es para cortarles la cabeza.
El Sol y la Luna, los dos testigos protegidos por la distancia y que, por tener forma de esfera, no nos dimos cuenta, pero hace siglos que nos dieron la espalda.
Las gotas de rocío, siempre las primeras en levantarse, andan buscando nubes en el cielo para evitar salir mañana.
El amor, que decir de él, que poeta podría hablar de amor sin después lavarse las manos, las palabras y el pincel. El pincel, si, porque del amor no se habla, se pinta. Y poco puedo decir, más que anda por ahí, bajo algún balcón, en alguna esquina o reposando en alguna abadía. Harto de que lo utilicen en riñas, debates y canciones vacías. Le falta el oxígeno y apunto está de ahogarse, pues respira ilusión, y se atraganta con cada desprecio o cobardía.
Con todo ese puñado de ausencias, y algunas más que no
levantaron la mano cuando la vida pasó lista, nos hemos quedado. ¿Solos? No,
solos no, aún nos queda lo que nos hemos empeñado en conservar, cosas tales como
el dinero, el odio, la envidia, la hipocresía, el miedo y algunas más.
Hay quien desde debajo de un montón de notas musicales y
llevado por la tristeza, o quién sabe si la nostalgia, se encarga noche a
noche, palabra a palabra, a recordar que hubo un día en este mundo en el que se
podía respirar, suspirar e incluso llorar sin velos o distancias. Hubo una vez
donde en toda esta tierra que la hemos hecho yerma, se podía volar.
Quien haga caso a este u a otro loco que con alguna de las
artes os saque del ensimismamiento durante un insomnio o dos, no encontrará más
que decepción y esperanza, de él dependerá que emoción le dé abrigo en las
próximas noches. Sólo he de terminar diciendo, que sea lo que sea que elijan,
sepan que dicen por ahí, que en esta era, es a los buenos a los que les toca
defenderse... y que, aunque ya no importe, sepan que sólo los niños, alzando
sus brazos, podrán echar este mundo a volar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario