sábado, 13 de diciembre de 2014

HABLANDO DE LOS MÍOS

   Escribo a lo irreemplazable. A lo que un día yo mismo en confabulación con el tiempo, me arrebaté.
   Diría que hay noches, como las de hoy, en las que el sueño trae aires de infancia y juventud. Aires frescos. Pero mentiría si dijera que el vacío al que me veo asomado al despertar fuera por eso. Es, y así lo he soñado, cosa vuestra. De los míos. Con los que compartí esos aires frescos de una infancia que se me antoja ahora lejana y agotada.
    No hace falta que hable de las aventuras de las que he vuelto a disfrutar esta noche. A golpe de ojos cerrados. No hace falta, de los que fueron protagonistas, pocos, o ninguno me leen y no importan porque sólo cosas como: El tesoro del caserón, la vuelta las viejas, reinos olvidados…; tienen un sentido anclado al pasado de sólo unos cuantos. Lo importante es el vacío al que, esperanzado, creo padecer junto al resto de vosotros.
   En noches como esta veo mis estudios, mis amores, mis viajes y mis pasiones o aficiones, como tan sólo una búsqueda más de lo irreemplazable. Una búsqueda por volver a sentir las frenéticas sensaciones que se sentías cuando eras un niño y estabas con los tuyos.
   La intensidad elevada al más iluso y mágico exponente de nuestras aventuras. Sin las lecciones que nos da la vida, definitivamente, se vive mejor. Se sonríe más, se es mejor. Qué bonito sería volver a olvidar todo cuanto aprendimos, volver a aprehender todo cuanto olvidamos. Ver en el curso del río una aventura intrigante y misteriosa, y no el inoportuno paso del que saldrás mojado y cabreado.
   Y aún más valioso que todo lo dicho hasta ahora: Qué ha sido de los míos. No sólo estamos separados por la distancia. No sólo eso nos ha hecho a veces mutuamente indiferentes. Todos han sufrido este cambio que yo hoy padezco con más presencia. Cada uno ha derivado en una esencia lejana y distante de la base de la que, antes, juntos, todos nosotros partimos.
A veces los veo, quedo con ellos. 
Vamos a un bar o y nos tomamos algo todos juntos. 
Es entonces cuando creo que más los echo de menos.
Porque, si, son ellos, soy yo. 
Pero ya no estamos.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

ELLA, LA MÍA


En el fondo sabía que un día la escribiría.

La mía
la mía vivía al margen
que era donde solía escribirla.
Así era;
y vivirla donde ella vivía
era, también, como vivir entre líneas
pero con un nauseabundo olor a tuberías.

Si fuera por ella,
no sabría nunca donde andaba metida
ni porque lloraba,
ni porque esa manía suya
de andar arrastrando los pies
descalza
como si quisiera frenar al mundo
rayarlo
o romperlo;
poco más le daba.

Sólo sabías de donde venía ella
cuando la veías trepar por la pared
proclamando haberse enamorado
del filo de una espada.
Nunca de quien la portaba.

La mía
tragó tantos desfiladeros
que ahora ya
no hay rapaz
que no la quiera sobrevolar.

Era, ella, el margen,
la buhardilla repleta
de antiguos libros
y nuevas risas
a la espera de tempestades;
defensora bipolar de las caricias
declaraba la guerra a todos los dedales

Sabía que sólo negando el permiso a prohibidos la veías venir.

Al menos, casi siempre
ella indemniza el siniestro de un tropiezo,
la ironía de la caída,
con precipicios. Convexos.
Hacia dentro.

No había ambición que la abarcara
cuidarla sólo era otro camino más de huida,
no había sueño que la soñara
ella me costó la vida.
Sobrevivirla sólo era otra forma de morir.

Empujarla al olvido
era como intentar hacer
apología de la vejez.
¡Una locura de atar!

Ella, la mía.
Ella, la vuestra
Nos la andamos prometiendo con un mínimo de interés,
nos la hemos escondido, amordazado, apartado, arrancado…
para que no nos dejara ver
lo mucho que nos andamos matando. 

sábado, 6 de diciembre de 2014

AVIONES DE PAPEL


Solía haber una mujer al final de la calle que entre canción y canción se dedicaba a hacer volar aviones de papel. Tocaba la guitarra y utilizaba un ukelele sin cuerdas y obsoleto para pedir dinero. Aprovechaba los momentos en los que estaba rodeada de mucha gente para coger un avión de papel y lanzarlo. Quien lo atrapaba podía sugerir una canción, y si era posible, ella la interpretaba. Ese era el juego, aunque lo importante para Eco nunca había sido aquella mujer, sino aquel avioncito de papel.
Eco trabajaba en Purbeck Road, dos calles más allá, en una familiar tienda de vinilos. Al salir, de camino a casa, siempre pasaba por delante de aquella cantante y su escurridizo avioncito de papel. Llevaba meses intentando atraparlo para así poder sugerir su canción favorita. Cuando llegaba al lugar, solía pensar: «La última vez aterrizó por allí» o «el viento sopla hoy en aquella dirección» para después situarse estratégicamente. Normalmente veía como se posaba dócilmente sobre las manos de cualquier persona que pasaba por allí, y que volvía, como no, a proponer una canción que a él no le gustaba en absoluto.
Un día, mientras salía de la tienda, feliz y decidido por haber conseguido vender un par de vinilos a última hora, se acercó al lugar donde aquella mujer erizaba el vello de quien la escuchaba cantar Stand by me. Estaba a punto de acabar y pronto volvería a lanzar aquel avión. Se sitúo lo mejor que pudo y esperó a que su voz se fuera apagando dulce y lentamente. Al hacerlo, el público, que se había arremolinado alrededor, comenzó a aplaudir, y ella, sutilmente ruborizada, inclinaba la cabeza y sonría de forma tan tímida y generosa, que pareciera que acababa de salir de cantar en la ducha y que por accidente se hallara allí, sin saber muy bien que hacer.
Luego, su rostro volvía a tornarse serio y ceremonioso, cogía el avión de papel y lo lanzaba. Cuando echaba a volar Eco sólo podía seguirlo con la mirada, rogando que cayera cerca. Aquel día lo hizo, pero no en sus manos, quien atrapó el avioncito fue el dueño de la antigua floristería que había enfrente de su tienda de música. Un viejo amigo de la familia que sabía de su obsesión, y que con aquella afrenta de enorgullecerse por haberlo atrapado en sus narices, se había convertido para Eco, y al menos hasta que se le olvidase, en un total desconocido.
Sugirió una canción de Sinatra. Eco lanzó unas monedas en el ukelele y se marchó de allí sin esperar segundas oportunidades.
Al día siguiente Eco cerró la tienda como casi siempre, con exactamente el mismo género con el que la había abierto. Por su tienda solían pasar algunos nostálgicos y muchos curiosos, pero muy pocos con intención de comprar. Aquella tarde había decidido cerrar antes de tiempo y para colmo, había empezado a llover. Como todas las tardes, agudizó el oído a medida que andaba por la calle, intentando escucharla en la distancia. El ruido de la lluvia se lo impidió y en su lugar no pudo evitar acordarse de lo cerca que estuvo el día anterior, y al hacerlo echó un rápido e involuntario vistazo a la floristería que dejaba atrás. Estaba cerrada.
No tardó en toparse con su melódica voz, aceleró el paso y aunque aún había gente en la calle, nadie se había detenido frente a aquella mujer que miraba al cielo cantando una canción que ni él mismo reconocía.
Eco miró alrededor, no había nadie. Era su oportunidad.
            – ¿Una última canción antes de irte? – Sonrió tan bien como pudo al mismo tiempo que se agachaba y dejaba caer unas monedas en el interior del ukelele.
            – Tal vez mañana. Con este tiempo…
            – No me hagas gritar eso de “¡Otra…otra!” – dijo intentando persuadirla.
            – Bueno, dejemos que el avión decida. – Entonces cogió el avioncito de papel y lo lanzó, tan pausadamente como si estuviese allí expectante toda la ciudad. El papel, un poco húmedo y arrugado voló cuanto pudo y cayó de bruces a apenas a unos centímetros – Tal vez otro día – Concluyó aliviada.
No cruzaron más palabras, y aún a pesar de que Eco volviera a casa con una sensación agridulce, no pudo evitar pensar en volver a intentarlo tan pronto como tuviese ocasión.
Al día siguiente, en el descanso para comer, se acercó con un sándwich y se sentó en un banco lo suficientemente lejos como para no estar rodeado de gente, y lo suficientemente cerca como para poder escucharla mientras comía. Desde allí veía, entre canción y canción, como el avión hacía curiosas piruetas en el aire esquivando las manos de los más impulsivos para terminar deteniéndose directamente en las manos de alguien que pasaba por allí; su vuelo resultaba impredecible. Decidió no acercarse aquel día y cuando estaba dispuesto a irse, sucedió: Aquel avión empezó a dar vueltas sobre sí mismo y como si una corriente de aire lo guiara intencionadamente, aterrizó de forma perfecta en sus manos.
La emoción le albergaba, no podía creérselo ni apartar la mirada de aquel papel. Por primera vez podría sugerir una canción, y había ocurrido como ocurren las cosas verdaderamente importantes, sin ir a buscarlas. Suerte, realmente había tenido mucha suerte.
Se acercó hasta ella mientras la muchedumbre se apartaba. Algunos le gritaban una u otra canción esperanzados en que les hiciese caso, pero él ya sabía cual escoger.
            – ¿Preparado para una última canción?– Le preguntó ella.
            – ¡Claro!, llevo esperando esto meses. ¿Podrías tocar Dust in the wind?
            –Por supuesto. Buena elección–  Eco le tendió el avión y se despidió de aquel papel doblado que parecía estar escrito y reciclado. Después, disfrutó de su canción, tan bien interpretada como siempre había imaginado.
Al terminar le volvió a echar unas monedas al ukelele y dándole las gracias se despidió pensando que al día siguiente volvería a intentarlo.
Decidió volver a casa y en el camino, en la fachada, no muy lejos de su hogar, se encontró pegada una esquela que al echar un vistazo advirtió que tenía un nombre familiar. Era el nombre del dueño de la floristería, había recientemente fallecido. Su felicidad se quedó aplastada por aquella esquela y de repente, mientras la leía, todo le empezó a dar vueltas. Arrancó el papel y sobrecogido corrió hasta su casa. Sacó las llaves tan rápido como pudo, subió los dos pisos, entró y fue directo al salón. Dobló la esquela en forma de avión de papel y lo vio,  era idéntico al que atrapara hacía unos minutos. Luego empezó a hacer memoria: No recordaba haber visto a la misma persona atrapar dos veces el avión de papel, se estremeció al recordar los giros tan extraños que hacía el avión y en como el día anterior había aterrizado sobre las manos de su amigo. Por último recordó lo que le dijo aquella mujer «¿Preparado para una última canción?». Nervioso y perturbado se abalanzó sobre el tocadiscos y lo encendió. Colocó un disco y justo cuando dejaba caer la aguja sobre él, sintió como un fuerte dolor le atenazaba su brazo izquierdo. Su mente daba vueltas alrededor del recuerdo de aquel maldito avioncito del que ahora intentaba huir y donde finalmente era él quien se veía atrapado. Después un resuello le hizo llevarse la mano al pecho y se derrumbó asustado y sin aliento.
De fondo se oía una canción, pero él ya no podía escucharla.

jueves, 27 de noviembre de 2014

PASÓ QUE LA MAGIA HA MUERTO, POR INMADURA

   Pasó que el otro día iba yo entrenando por un bosque que hay cerca de casa. Otoño, tierra mojada, hojas de tonos ocres, rojos y amarillos; hojas caídas, el cielo gris, los árboles infinitos. Con una atmósfera peculiar, mágica, me atrevería a decir.

   Pasó que vi allí, sentado en un banco a un adolescente con la mirada perdida. Solo.
   Me detuve y por un momento pensé en que algo debía de estar a punto de suceder. Imaginé, y todo invitaba a hacerlo, en la facilidad con que personas como J.K. Rowling o Carlos Ruiz Zafón habrían utilizado aquel escenario y a aquella persona para hacerla vivir una mágica aventura.
   Las circunstancias eran perfectas. Esperé a ser primer y único espectador de algo mágico, los libros me han enseñado que en momentos como ese, la historia da un revés: aquel joven encuentra algo inesperadamente, o va a su encuentro algún misterioso personaje que provoca, a partir de entonces, que su vida esté repleta de aventuras. Esperé.
   Pasó que aquel joven se levantó y se fue. Cabizbajo y solo.
   Seguramente se fue a casa. A leer.
   Pasó que no pasó nada.

   ¡Qué mundo este, tan insípido y triste!
   ¡Qué disparate de vida esta tan vacía y deprimida!

   Volví a casa con ganas de escribir la historia que le correspondía a aquel protagonista. Algún día lo haría. Prometí que lo haría, pero todavía no ha llegado el día, aún me estoy recuperando de ser consciente de tanta mentira.



sábado, 1 de noviembre de 2014

DECLARACIÓN DE BIENES

Difícil, ella
que vive a solas con la poesía,
descorcha botellas fingiendo sorpresa
cuando la hacen creer que rima,
y anda descalza
pues no cree en las heridas.

Ya no muere tanto como cuando era niña,
no huye cuando la noche
le humedece las mejillas,
y aunque ella no lo sepa
ya no quedan huellas que la sigan.

Ella se viste sólo con mordazas
de otros que callaron para siempre,
y observa con la fuerza de quien sabe
que todos mienten.

Única amiga del viento,
náufraga de cada palabra
que no dice,
cansada de cada infierno ajeno,
superviviente en cada isla
que escribe.

Ella es experta en saltar al vacío
romperse los sueños,
inundarlo, y convertirlo en río.

Sin apenas puntería
abate cada latido,
frustra al diestro,
encuentra al perdido,
hace frágil al orgulloso
y soñar al más despierto.

Ella es tristeza, gris y oscura.
Ella duele cuando respira.
Ella, mi musa.

Difícil, la poesía.

viernes, 26 de septiembre de 2014

PERROS DE TIZA. Capítulo 9: ¿Qué pasa si pierdes?

           Su adolescencia pasaba como la de casi todos, rápida y desordenada. Los fines de semana sirviendo en el bar, las mañanas en el instituto y las tardes en casa o con el Arremangado. Con el tiempo se aficionó a la lectura de libros normalmente prestados por aquel singular mendigo. Se sumergía en las historias que en ellos se contaban y prefería hacerlo con el sonido de la armónica y la compañía de quien paradójicamente no usaba en demasía las palabras. Sus silencios, a veces adornados por notas musicales, mantenían a raya a los turistas o vecinos cargados de charlas banales que se marchaban tan pronto percibían el grado de abstracción de aquella pareja. Uno leyendo, otro tocando. Ambos sosteniendo aquella vieja catedral sobre los hombros.
            No llegó a la docena de libros leídos cuando Iván empezó a escribir sus primeras frases; y si bien ya había hecho sus primeros pinitos sobre las losas del Arremangado –años atrás– ahora construía frases verdaderamente profundas, algunas incluso rivalizaban con las de su compañero de calle. Éste fue, por otro lado, el justo detonante por el que empezaron a volver a desafiarse al juicio de los viandantes. Normalmente, por muy astuto, atrevido o ingenioso que se prestara a escribir Iván, el perro viejo siempre solía recaudar más dinero con sus frases bien aderezadas. Así pues comenzó una conversación que acabaría en el reto más importante al que Iván tuviera que enfrentarse.
            –Creo que la gente ha empezado a diferenciar tu letra de la mía, y por supuesto, todos quieren granjearse el favor de quien toca la armónica, no de quien está aquí sentado viéndolas venir– Se quejaba Iván tras hacer un último recuento y volver a comprobar que había perdido. El Arremangado no dijo nada, sólo se limitó a encogerse de hombros y seguir tocando.
            –Al menos, hoy han sido más generosos que otros días. Tendrás una excusa para celebrarlo con tu amiga– Señalaba cómplice a la librería de en frente donde sabía de buena mano la atracción que la dueña provocaba sobre el mendigo. Por su parte, éste último, cabeceaba, negando cualquier parecido con la realidad. –Por cierto, nunca te lo he preguntado. ¿No tienes miedo de que un día dejen de echarte monedas?– Iván, tras formular la pregunta se echó sobre el muro, y se refugió cuanto pudo en su chaqueta. Refrescaba y sabía de sobra, que en cuestión de palabras, el Arremangado era prudente hasta la saciedad.
            Al rato contestó:
            – No, no es miedo. Confío en la generosidad, o más bien en el toma y daca que hay entre nosotros– señaló a la gente que pasaba por la calle– Es cuestión de música. Yo uso la armónica y ellos, a falta de triángulo, el tintineo de sus monedas. –Iván reía su particular forma de ver las cosas e imaginaba la cara que pondría si alguien, en lugar de lanzar unos céntimos, le acompañase con un triángulo.
            –Y tú, Iván, dime, ¿a qué tienes miedo?– Sin esperar una respuesta siguió con su toma y daca callejero empujando a su instrumento en una improvisación más.
            Eran pocas las veces en las que Iván tenía la oportunidad de impresionar a quien tanto admiraba y tanto tenía miedo de envidiar, así que pensó, y aun pudiendo escoger por una respuesta elaborada, decidió ser sincero y obvio.
            –Si a algo tengo miedo es a hacer el ridículo delante de mucha gente.
            –Pues estás en el sitio equivocado– Advirtió el mendigo sorprendido.
            –Aquí en realidad me siento cómodo. Pasamos más desapercibidos de lo que nunca creí, y aunque a veces nos rodeen docenas de personas tocando el triángulo, no nos miran juzgándonos. Diría que esperan poco o nada de nosotros, o al menos de mí.
            –Temes decepcionarlos.
            –Temo, simplemente hacer el ridículo– Se había metido en un embolado, pues el Arremangado se mostraba curioso en algo que a él le costaba expresar. – y para hacer el ridículo, antes tienen que esperar algo de ti, para que luego tú frustres sus expectativas, ridiculizándote.
            –Te reto– Respondió el mendigo sonriendo peligrosamente.
            –Miedo me das…
            –Te iré a visitar y pasaré toda una tarde en el bar donde me dijiste que fuera, si esta vez consigues recaudar más dinero que yo– Interrumpió el Arremangado, ansioso por empezar.
            –Y te declararás a la librera– Contraatacó Iván
            –Hecho
            –En verso
            –De acuerdo
            –Escrito por ti y recitado a pleno pulmón
            –…no se hable más– y tendió una mano, esta vez menos convencido. Después ambos empezaron a escribir en una losa, mirándose con recelo. Esta vez Iván, intentando imitar la horrible caligrafía de su contrincante. Las colocaron con un cesto delante de las respectivas frases y esperaron. Y mientras esperaban, Iván cayó en la cuenta de no haber preguntado cuál sería su parte del trato.
            Huelga decir que Iván perdió y su castigo, que bien se lo guardaba el Arremangado, lo desvelaría al día siguiente. «Con pelos y señales» prometió explicárselo; y no sólo pelos y señales tenía, sino también normas y bases escritas en un papel que parecía haber sido arrancado de algún sitio. Eran las bases de un concurso de literatura en el que Iván tendría que participar. Un concurso de cuentos infantiles que, literalmente exponía: «El ganador deberá de leer sus cuentos en el teatro municipal, al que se invitarán a niños y niñas de la ciudad…El premio será la edición de un libro infantil…». Iván palideció y aunque aferró todas sus esperanzas en no ganar aquel estúpido concurso, una parte de él fantaseaba con la posibilidad de hacerlo, así que aferrado a su orgullo y esa minúscula esperanza, escribió lo mejor que pudo y ocultó en él un mensaje que por todos ya es sabido.
            Ganó, pasó la vergüenza de su vida y con casi la mayoría de edad, vio su libro en los estantes de la librería que el Arremangado se obstinaba a visitar a diario. Tardó en contarle al mendigo cual había sido su plan. Si bien el paso del tiempo había hecho sucumbir las esperanzas de encontrarse con quien quiera que escribiese en aquel muro, también lo había convertido, por su imposibilidad, en algo utópico e idealizado. Le atribuyó a aquellas pictóricas conversaciones la fuente de donde naciera el coraje con el que combatió aquellos momentos oscuros de su infancia a los que, ya por fortuna, poco hacía por recordar.
            El Arremangado le sonrío la estrategia, y aunque a veces fuera él quien le bromeara con pullas del estilo: «Buscas que un día llegue al bar una chica linda buscándote, y puede que te lleves una sorpresa. Imagina a un chico de tu edad –de lento ingenio y comida rápida por norma– entrando en el bar, buscando a la desesperada a la misma chica que tu imaginas», al igual que Iván, siempre sostuvo el mismo deseo idealizado de aquel encuentro. Y cuando Iván se veía arrinconado entre tantas dudas, siempre apelaba a su imaginación, es decir a la imagen que había ido puliendo día tras día de la otra persona.
            Después de haber compartido aquel mensaje secreto con el Arremangado comenzaron de nuevo las conversaciones en las que ambos tejían un plan de actuación elaborado –y a veces hasta cómico– sobre que debería de hacer para encontrarse con esa enigmática persona, y en una de esas conversaciones surgió la idea de diseñar e incorporar un juego de mesa a la variedad de juegos tradicionales que ya se usaban en Mediodía. Luego vendría la tarea de convencer y organizar un evento, al menos mensual, relacionado con el juego, e imprimir en él las mismas siglas que ya pusiera en el muro y en el libro de cuentos. Finalmente, acordaron que el Arremangado se encargaría de preguntar regularmente a la librera sobre quienes habían comprado el libro –cosa que pactó con sumo placer– y así, de esa forma, tramaron toda una red capaz de atrapar la más ambigua de sus ilusiones.
            El resto de la historia con respecto a lo que nos concierne ya es bien sabido. Aunque habría que mencionar el trato decepcionante que tanto castigó la ilusión de un encuentro. Transcurrieron varios años, y si bien, el juego de Gatos de tiza había triunfado en su variante más banal, Iván no encontró a la persona con la que compartiese tan intrincada aventura. O eso creyó hasta el último momento.
Antes que él, fue el Arremangado quien vio por primera vez a Daniela. Ojeaba un ejemplar tras una estantería, aunque realmente donde tenía el ojo echado era en el mostrador, donde los rizos castaños de la librera daban la bienvenida a los últimos clientes de la mañana. Quedaba poco para que cerrara y justo cuando el Arremangado se marchaba –otra vez– con la mente repleta de supuestos soliloquios donde confesaba un amor platónico, entró Daniela. Iba con prisas, pidió el libro de Iván, y al hacerlo, el mendigo se fijó en ella. Tenía un aspecto emocionado y distraído, resoplaba aliviada cuando vio que aún quedaba un ejemplar, y si bien ella nunca vio al Arremangado, él sólo la describiría después, diciendo: «Tenía los ojos demasiado azules»
            En aquel tiempo Iván se veía ajustado por una economía familiar cada vez más exigua, y aunque prácticamente todo lo que ganara sirviendo lo daba a su familia, la situación era cada vez más crítica. Agobiados siempre por el pago de un piso en el que vivían y otro en el que nunca volvieron a sobrevivir. Por esas y otras razones más propias de la madurez de su juventud, Iván llevaba largo tiempo pensando en viajar a la gran ciudad y probar suerte allí. Al menos –y con ello apaciguaba su conciencia– ahorraría a su madre y tía un plato de comida que poner todos los días, y en la medida que le fuera posible, se prometió seguiría enviando dinero a casa.
            Con la decisión tomada, decidió marcharse lo antes posible, y solo se concedió esperar hasta el siguiente día treinta para llevarlo a cabo, pues en el fondo, y después de tantos años, había conservado aquella idea infantil de un reencuentro que diese sentido a su espera. Prueba de ello era el que siempre que un desconocido venía por primera vez preguntando por Gatos de tiza, Iván mostraba el dibujo y preguntaba –igual de ilusionado que lo estuviera cuando dibujara la primera línea– aquello de: «¿Habías visto esto alguna vez?».
            Tuvo que ser la última vez, la gota que ya, después de colmado el vaso, cayera fuera del mismo y salpicara de un azar inesperado –y por otro lado, esperado hasta la saciedad– a los dos. Daniela negó con la cabeza y de esa forma se sacudió aquel azar, dejándolo huérfano de un primer encuentro cargado de nostalgia.
            Negó, y lo hizo por recrearse en el secreto que tanto había guardado, y que no estaba dispuesta a compartir con el primer desconocido que se encontrara. Fue de esa forma como acabó su breve e ignorado encuentro, apenas sin que ella lo mirara y él con los ojos puestos en la gran ciudad. No se reconocieron pues nunca se conocieron.
            Poco después de aquello, Iván se despidió emocionado de su madre y tía e intentó hacer lo mismo con el Arremangado, pero éste no quería saber nada de despedidas y sin decir palabra, aguardó a que Iván desapareciera para dejar de tocar y echar la vista al suelo. Volvía a estar solo, y empezaba a sentir aquella sensación demasiado familiar. Tan profunda que desde entonces, ni su música sería siempre grata compañía.  

            Iván se marchó y si bien sus últimos pensamientos querían alejarse de aquel muro, de repente recordó haberse olvidado algo relacionado con todo aquello: No había terminado de explicar el juego a la última persona que preguntara por él. No le había explicado qué ocurría si no aciertas. «Si pierdes, si nunca aciertas, si nunca crees que lo harás, sólo queda enfrentarte a todos tus errores con una melodía en los labios y bien arremangado, para que la vida no te salpique» Pensó Iván.






sábado, 6 de septiembre de 2014

CERRADO POR DERRIBO

¡Qué disparate!
debo de tener los ojos llenos de hormigas
porque parece que te divierta quemarme
cuando me miras

Y qué me dices de mis dedos
llenos de todos esos números
que de pequeños nos llevábamos
y que de nada nos han servido

Hay en mi espalda cicatrices de más
sobre mis hombros tengo todo el peso que puedo aguantar
y bajo mis suelas hay un reguero de dudas
que ni cabizbajo atino a pisar

Tengo en mi pecho abrazos de menos,
mis rodillas han probado más de un camino,
y mis pasos no han servido
para dejar que mis pies olviden tu frío.

Tengo los párpados cerrados por derribo
las orejas alerta a tus sonidos
mi nariz lugar de paso de mis lágrimas suicidas
y de mi boca y lo que digo
podría escribir un libro

Y lo haría
si no supiese
que no es el boli
el único que está vacío.

domingo, 29 de junio de 2014

MIENTRAS

Mientras haya bares cansados de tantas despedidas,
mientras haya amaneceres de los que nunca se haya oído hablar;
mientras haya niños haciendo apología a la curiosidad,
haya bosques de sonrisas creciendo entre tantos “nunca”,
ojos cerrados en estómagos hambrientos imaginando algo mejor,
mientras haya alguien sin un color
favorito.

Mientras el viento siga haciendo de réquiem a la vida,
haya un loco llamándola a ella poesía.
Mientras la vida siga yéndose sin despedidas
mientras convivan anarquía y latidos en un mismo rincón,
haya un loco con el puño en alto
abierto.
Mientras siga habiendo sed de cenizas y hambre de fuego,
mientras haya saciados durmiendo en camas ajenas.
Mientras haya heridas sin fecha de caducidad,
revoluciones que sonrían puertas adentro.

Mientras haya ríos que no entiendan de leyes
o quienes las prefieran fugaces y en movimiento.
Mientras haya a quien no le desvelen los números
mientras hayan bolsillos vacíos empeñados en dar,
mientras se sigan escuchando palmas en San Nicolás,
mientras haya una flor que sueñe con ser madera
mientras se escuche los ecos de quien haya perdido la cabeza.

Mientras haya quien tenga la certeza de que ella no tiene alas,
no vuela,
como si no iba a dejar huella.

Mientras haya alguien que pregunte antes porqué te escondes
que tu nombre.
Mientras haya una piel grávida de caricias
o la sombra de una higuera cargada de gente que te espera.
Mientras haya quien lleve algo más que recuerdos en la maleta,
mientras haya miles que griten “otra”.
Mientras se eche de menos
y nunca haya primaveras de más.

Mientras haya quien le baile al atardecer
y no le haga falta sentir que vuelve a nacer
para seguir de pie.
Mientras haya quien crea que las estaciones viven en las arrugas de nuestra piel
Mientras…
…seas tú, vida.

mientras seas tú, no me hace falta un después. 

lunes, 10 de febrero de 2014

SOMOS, ROTOS.


Rompimos a llorar sin saber si dar la vuelta.
Presentaremos nuestras rodillas a la tierra,
le daremos de beber cobardía y aprenderemos a andar con ellas.
Lloverán piedras,
nos insultarán con quienes antes bailábamos
perderemos lo que nunca tuvimos
perderemos con lo que siempre soñamos
y no, no lo recuperaremos
Hablaremos de suicidios.
Roto el corazón, los latidos buscarán hogar
en el único sitio que prometa credibilidad.
Tal vez incluso ni suframos con el sufrimiento,
tal vez lo hagamos nuestro, nos aderece el día a día.
Sin reproches, sin quejas.
Incapaces de recordar algo mejor
Peor aún:
Incapaces de imaginar algo mejor.

Tal vez muramos de la peor de las formas,
sin motivos, sin creer haber encontrado,
en otra persona,
alas

Quizás nos ahoguemos en la duda
de que será. El tiempo apriete el cerco
y nos inunden los años,
sin miramientos,
sin universo,
perdidos.

Hasta tal vez llegue el día en que nosotros
vendamos la empatía a la profesionalidad,
la calidad, los resultados y la estadística.
Las personas dejen de ser números
para convertirse en ausencias
y las pérdidas dejen de ser números
para convertirse en nosotros.

Tal vez siempre estuvimos ciegos
y aunque la lucidez llamara a la puerta
inspirando eternidad garabateada,
nunca supimos mirar
Peor aún:
nunca quisimos mirar.

Dentro, la oscuridad es un consuelo,
si no  lo crees, pregúntales a quienes prefieren no haber vivido.
Fuera, la ignorancia es el consuelo de quien no quiere ver dentro.

Y hasta aquí seguimos,  
derruidos. Rotos.
amasijos de escombros.
Un puñado de ahoras
que nunca supieron
darse cuerda.
Andando en dirección “encontrarse”,
Perdidos hasta que dejemos de andar.

Tal vez el amor fue, tan solo, la más perfecta de las ilusiones.
¿seremos titiriteros o títeres? ¿Estaremos condenados a ahorcarnos con nuestros propios hilos? ¿Somos los hilos que ahorcamos al mismísimo movimiento?
Tal vez sólo somos un quizás que a los dioses les da pereza dilucidar.
Eternamente inconclusos.
Peor aún:
Inconclusos y momentáneos. Como un, casi-estornudo.

Seguramente,
entre vivir o morir,
todos elegimos la “o”.
El divagar, la niebla,
la excusa, la vuelta atrás en una despedida, el bostezo, la indiferencia,
el paso atrás ante la violencia, el parpadeo, el garabato, el tarareo,
el no sé/ no contesto, el maquillaje, la conformidad, la mano escondida que esconde un “dónde”, un “puño”, un “nombre”. El que me lee, el que no, y el que nunca supo.

A lo mejor toda esta mierda que gira
acabe por vomitar
por vomitar-nos
A lo peor todo sirvió de nada.

Al margen de los “quizás”, y los “tal vez”
hay una certeza que impregna y acaricia cada verso
y que le da cierta calidez:

Lo que seamos…
…lo somos.
Juntos…
…nosotros.  

viernes, 7 de febrero de 2014

EL VIENTO SOPLA. ELLA INSPIRA


Abro la puerta y salgo fuera.
El viento sopla. Ella inspira. El resto qué más da.

Hoy he ido a pasear
callejuelas, lluvia, una Luna tímida y creciente que casi no está…
Al salir olvido el móvil, el paraguas y respirar.
Así que vuelvo a casa sin amigos en el bolsillo,
oliendo a nube y desahogado,
como un niño.
Antes de llegar a casa pensé en lo fácil que sería huir de todo
excepto de ti.
Pero no quiero hablar de eso ahora
no quisiera insistir,
no me gustaría ser estribillo.
No me apetece tener que,
simplemente decir,
lo que debería gritar.
No me atrevo
a hacer que tengas que leer
lo que deberías oír.
Así que, mejor lo olvido.

Llego a casa.
Todo es distinto

Me pregunto quién coño ha llenado el espejo de la entrada con mis miedos.
Quién coño se ha metido en la cama y se ha olvidado el corazón dentro.
Quién ha llenado el periódico de mentiras y los sueños de dinero.
Quién ha agujereado mi chistera y se ha comido al conejo que vivía dentro.
¡Quién!
Quién ha vaciado la tele
Quién se habrá entretenido en llenarme los cajones con relojes de arena
Quién me ha metido en la cartera preso y sin cadenas
¡Quién!
Quién ha llenado esto de fotos nuestras
Quién se ha dejado la puerta abierta
¡Joder! si es que huele a poesía muerta

Voy a cerrar la puerta,
no quiero que aquí vuelva a entrar cualquiera
y se pregunte eso de:
Quién
Quién soy, y quién era.

Abro la única ventana a ver si esto se ventila.
El viento sopla. Ella expira. El resto qué más da.  

martes, 14 de enero de 2014

DIFÍCIL



Qué difícil es escribir poesía con los dedos
que ya te han tocado.
Hablar de verdades
con el recién sabor amargo de la mentira aún en los labios.
Qué difícil es hablarte a la cara
cuando sueño con tu espalda.
Qué difícil es buscarte
cuando todo ha huido

Los pies son el abrigo de la vista del cansado,
las aceras son escurridizos pasadizos para el que caerá en el olvido,
y no hay cicatriz en este mundo que no siga cantando cuando nos hayamos ido,
mientras, nosotros, buscándonos
las cosquillas…
…sabiendo que en la orilla de esta isla
el desierto lo llevamos por dentro,
Todos, completamente vacíos,
Yo, eternamente muerto.

Camino,
piso de memoria
la memoria del camino,
y pienso en mis ganas de ser esa nota tuya,
que siempre olvidas, con la que desafinas,
la misma nota que se empeña en serte esquiva,
aquella nota que buscas
y que nunca olvidas

Sigo en esa ciudad de la que nadie habla,
a la que no llegan las cartas
y el tiempo ha erosionado incluso a los vivos.
El lugar desde el que escribo
está escondido
en ningún sitio.
Si hubiese mapa,
sería tu cama.

Estaba tan cansado que decidí hacerme el hambriento,
y en mi papel,
casi sin querer
me he comido a la esperanza, en la piel de la ilusión envuelta.
Temo que sea lo último que pierda,
pues es lo único que llevo dentro

Quiero que sepas, antes de que termine
lo difícil que es esta parte en la que nos despedimos
diciéndonos adiós
mirándonos a los ojos... sabiendo que mentimos.