sábado, 1 de diciembre de 2012

SIN RAZÓN DE SER


    Casi la mayoría de las personas que se me acercan llorando o apretando los dientes, son de color; los que se acercan inexpresivos y apretando gatillos suelen ser de menos color. Ambos se refieren a los otros con un: “ellos”. O eso se me figura a mí.

   Recuerdo que cuando me pusieron me dijeron que yo les serviría de protección y dictaría de quien sería una tierra y de quien otra, pero no me hablaron nunca de que me encargaría de separar colores. Aunque lo peor no es eso, lo peor es verlos a ellos, a los que se acercan con los dientes apretados, trepando por mis brazos, dejándose la piel, la ropa y los sueños entre mi pelo; y las madres de los más pequeños detrás de una colina cercana, rezando a sus ojos para que les muestren ver cruzar a sus niños. Porque si, muchos son niños, niños que suben siéndolo y que bajan al otro lado dejándolo de ser.

   De las prendas de su ropa y su piel que se olvidan entre mis dedos, he aprendido que no merece la pena, que no hay tierra que pueda separar mi altura, que no fue justicia, sino miedo y odio lo que hizo que construyeran mis pies y alzaran mi estatura. Y ahora, aquí medio enterrada, sin poder moverme, he de presenciar cómo se ensucian mis manos del dolor que nunca tuve intención de provocar. Por eso pido perdón, que me perdonen las familias por romperlas, que me perdone la pobreza por acentuarla, que me perdonen las personas por provocar que se llamaran de “ellos”, que me perdone el mar por hacerles llegar a aquellos que me vieron demasiado alta, que me perdonen los muertos por hacerles héroes a ojos de algunos y delincuentes a ojos de otros... perdonadme, porque en verdad, yo, sí que no sabía lo que hacía.

   Llevo años manteniendo silencio y he dejado que los actos violentos hablaran por mí, para ver si con ello erais capaces de ver la verdad de lo que estaba pasando. Pero vuestra hipocresía y vuestras fuerzas anestesiadas por placebos que vosotros mismos os inventasteis, han enmascarado cualquier verdad. Habláis de comprar, de tener, ¡pero no hacéis ni sois nada!, y estoy harta de que queráis pasar de puntillas por este mundo que antes os habéis encargado de minar.
   En cada rincón de esta tierra, que decís vuestra, alzasteis a algunas de las mías. A todas mis hermanas de alambre, a cada valla que levantasteis les digo que hemos dejado de tener razón de ser, que nuestras vidas ya no son más que armas en manos de quienes no creímos estar, que somos reflejo de injusticias y lágrimas derramadas a uno y otro lado de una tierra yerma. Me despido de ellas, porque yo, aprovecharé la primera brisa de viento para aferrarme a ella y dejarme caer hasta el suelo. Sé que poco solucionaré, y que en breve pondrán a otra en mi lugar, pero eso no es un motivo para quedarme, es tan solo un motivo para gritar lo que siento... sólo soy una valla de alambre más, una que hoy decide caer para levantar algo más importante.

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